Bolivia en casa

a primera vez que pensé en Bolivia, la primera vez que la imaginé no fue en la escuela, no, fue en el living de mi amigo Hernán. Era 1991 y estábamos analizando las posibilidades de Boca Juniors en la Copa Libertadores. Tenía que enfrentar al Bolívar, que venía de hacerle cuatro a River, y el tema de la altura y su influencia en lo físico me hizo figurarme una La Paz irrespirable.

Volví a pensar en Bolivia mucho más acá en el tiempo, cuando escuché historias y vi fotografías del blanco infinito del Salar de Uyuni. Nunca había visto nada igual, mis ojos no daban cuenta de lo que veían, gente vestida de colores que parecía flotar sobre un manto blanco sin bordes que se perdía hasta el cielo.

Asfixiante y lunar, así era Bolivia en mi cabeza.

Pero hace poco más de cinco años vi a Bolivia por primera vez, . Fue en la puerta de la casa de mi vieja, en Ramos Mejía, provincia de Buenos Aires. Era un mediodía y fue de casualidad. En realidad, si la hubiese escuchado no debería hablar de casualidad pero, bueno, ¿quién escucha a su madre?

Ella me había dicho que en la puerta de la iglesia se armaba una fiesta muy colorida pero jamás me la había imaginado así. Una parte de Bolivia se había mudado a su cuadra y llenado de colores un mediodía gris de julio. Celebraban a Santiago Apóstol frente a la parroquia Madre de Dios. El asfalto gris se había llenado de pisadas y bailes, las trompetas reemplazaban a los pajaritos y los vecinos se arrimaban para espiar un cachito, un pedacito de Bolivia, que les convidaba con alegría y sin pedir nada a cambio. Formaciones de niños bailaban de acá para allá, sonriendo, siempre sonriendo. Autos decorados, trajes elaborados, máscaras, coreografías, música en vivo; todo en cien metros. El resto del barrio seguía con su habitual apatía de domingo.

-A principios de los ‘90, el padre Orlando, mi antecesor, fue el único que los aceptó, que no los discriminó –lo dijo con un dejo de tristeza.

La combinación de un santito pagano y una comunidad como la boliviana resultó demasiado turbadora para el espíritu conservador del conurbano bonaerense y los devotos del Tata de Bombori fueron rechazados una y otra vez por las iglesias hasta llegar aquí, a la parroquia vecina de mi madre.

¿Se puede conocer un lugar sin haber estado allí nunca? Mi experiencia me dice que sí; nunca fui a Bolivia, es verdad, pero sin embargo tengo una gran relación con ella, nos miramos con simpatía. Porque viene de visita a mi barrio una vez al año, a regalarme sus colores y sonidos, a convidarme con sus tradiciones, a enseñarme un poco de ella para que cuando finalmente logre viajar hacia allá, entre tanta novedad, me sienta un poco como en casa.