Tiempos paralelos

  • por Mónica Bareiro

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on días de alegría, fervor y muchos colores: las comunidades indígenas de Paraguay luchan por resistir, por defender algo tan ligado a su cultura ancestral como las fiestas tradicionales. Esos tiempos paralelos en los que los dioses los escuchan y los “blancos” caen rendidos ante el despliegue de magia y belleza.

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Los tambores suenan formando un compás que transporta a los lejanos parajes del corazón de Sudamérica, los emblemáticos círculos no tardan en aparecer; son la constante. Esos círculos que denotan la cohesión reinante, que nunca se cierran del todo pero que permanecen unidos y en movimiento. Los sonidos de percusión invaden el ambiente y las vibraciones llegan hasta el pecho: sólo la pantalla divide a los espectadores del núcleo principal de las cinco fiestas indígenas más importantes de Paraguay.

El fotógrafo y realizador Fernando Allen Galiano dedicó poco más de un año a visitar las comunidades a lo largo y ancho de su país para presentar el documental Tiempos Paralelos, que en 43 minutos, resume no solo el color y bullicio de estas celebraciones, sino más bien toda la magia que representan.

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El fotógrafo y realizador Fernando Allen Galiano dedicó poco más de un año a visitar las comunidades a lo largo y ancho de su país para presentar el documental Tiempos Paralelos, que en 43 minutos, resume no sólo el color y bullicio de estas celebraciones, sino más bien toda la magia que representan.

Fernando lo reconoce “son varios los factores que inciden y hacen que estas fiestas y tradiciones, estén convulsionando, dando sus últimos gritos. Los pueblos indígenas han logrado resistir mucho más de lo que se hubiese esperado teniendo en cuenta el sufrimiento y la precariedad en que se desenvuelven a diario. También se debe reconocer que las nuevas generaciones ya no sienten interés por preservar su cultura, optan por salir a buscar trabajo en las ciudades”.

Fernando lleva décadas inmiscuyéndose en las comunidades y pueblos, indígenas o no, pero recién en el 2015 pudo estrenar su primer documental audiovisual. En Paraguay, conseguir apoyo para un proyecto cultural de esta envergadura es una tarea por demás difícil. La odisea de llegar a los pueblos es solo la primera de las trabas que es necesario afrontar y todo resulta muy costoso. “Tuve la suerte de poder captar el interés de un emprendimiento empresarial que me dio al menos un pequeño respaldo para hacer realidad esto que tal vez hoy no tenga valor, pero que es un legado para toda la humanidad”.

Junto a su hijo Joaquín y a Oscar Ayala Paciello, en la dirección de fotografía, los tres se aventuraron a la misión de adentrarse en los pueblos y ser parte de todo, sin incidir en absolutamente nada. “Al principio siempre es un poco incómodo para ellos, pero con la venia de las autoridades de cada grupo podíamos inmiscuirnos al centro de las celebraciones, siempre y cuando no fueran lugares ni elementos sagrados”, cuenta.

Info

Paraguay es un país con alto porcentaje de población indígena. Los últimos datos oficiales al respecto son del censo del 2002, según el cual existen 496 comunidades o aldeas que están habitadas por 19 pueblos indígenas, que se distribuyen en 13 de los 17 departamentos del país, con un total de 84.061 personas.
Sin embargo, no existía una documentación audiovisual al respecto y un alto porcentaje de los propios compatriotas, no podía tener idea de lo que sucede en esos círculos, de su significado ni tener el placer de tan solo disfrutar con su música. No es de extrañar que de un tiempo a esta parte la occidentalización haya diluido varios de estos núcleos, debilitado a otros y poniendo en riesgo auténticos tesoros culturales. Esos días en los que las comunidades viven un gran despliegue de adornos, de fervor, a pesar de ser tan suyos, poco tienen que ver con la realidad del día a día.

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Fernando lleva décadas inmiscuyéndose en las comunidades y pueblos, indígenas o no, pero recién en el 2015 pudo estrenar su primer documental audiovisual.

Nobleza

Las comunidades son muy humildes, viven precariamente e incluso algunas que se resistían a acercarse a las ciudades -hay quienes aseguran que en la selva chaqueña, todavía existe un grupo ayoreo silvícola-, empezaron a migrar hacia allí, empujados por el avasallamiento de sus tierras ancestrales, por la escasez de vegetación y de la fauna. En la actualidad, cazar es una de las tareas más difíciles para ellos. Se pierden los bosques, se pierden los territorios, el hambre ataca y no hay cultura ancestral capaz de resistir.

“Les cuesta cada vez más, si bien es cierto que pueden hacer un esfuerzo muy grande como un grupo de guaraníes occidentales que viven dispersos en una colonia menonita del Chaco Central, quienes celebraron este año por segunda vez consecutiva su Arete Guasu -fiesta grande-, esto no es lo normal. Son avasallados incluso por movimientos religiosos protestantes que van a evangelizarlos, instalan carpas en las aldeas sin percatarse de que están cometiendo un atentado contra una cultura que viene de incontables generaciones”, dice Fernando con impotencia.

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“De igual manera, si hay algo que distingue a todas las comunidades es la nobleza de cada una, teniendo la autorización para ingresar, se tiene un pasaporte para entrar a sus vidas y sentirse parte de sus familias. Niños, ancianos, fornidos jefes de hogar a los que el ceño fruncido no les dura mucho o, al menos, dura mucho menos que el sonido de los tambores que uno trae en el pecho por mucho tiempo”.

Una muestra de la nobleza de la que habla Fernando, es el testimonio de Francisco Vera – Ava Ysapy, líder de la comunidad guaraní Yvaviju, que en una parte del documental afirma: “Nda ore pochyi avavendi. Che ndachepochyi roiko asy haguere” (No tenemos resentimiento contra nadie, yo no reniego porque nuestra vida sea dura).

Son avasallados incluso por movimientos religiosos protestantes que van a evangelizarlos, instalan carpas en las aldeas sin percatarse de que están cometiendo un atentado contra una cultura que viene de incontables generaciones”, dice Fernando con impotencia.

Sagrados

“El canto del indígena, no se canta así como así, se necesita sabiduría, espiritualidad. Si no tengo esto, no puedo cantar”, explica Bernarda Pesoa -Atuli, líder de la comunidad Qom Layac, un pueblo instalado en el Chaco, a pocos kilómetros de Asunción y en el que cada vez, más integrantes se ven obligados a salir a buscar trabajo fuera de la aldea para dar sustento a sus hijos. Muchos incluso, logran un buen pasar económico tras superar esta barrera, pero la líder explica “nosotros no vamos a cambiar así como así, puedo tener auto, dinero, pero voy a seguir siendo indígena”.

Bernarda también relata en Tiempos Paralelos que la fiesta de los toba antiguamente duraba dos meses, hoy, solo son dos días… en unos años, puede desaparecer.

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Las elegidas

Las cinco celebraciones que Fernando documentó fueron: Arete Guasu, de los avaete o guaraní occidental, es una festividad ritual a la que asisten personas a cara descubierta y personajes disfrazados con máscaras y atuendos tradicionales, elaborados con madera o tejidos y plumas. Quienes visten estos trajes representan la presencia de almas de los antepasados –humanos o animales–, ancianos y guerreros, así como los espíritus de ancestros humanos o animales. Se realiza en época de carnaval.

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Para los Toba Qom, la fiesta más importante es la Naimatac, que se realiza para agradecer las bondades de la naturaleza, en la que se realiza el Nomi o choqueada, un baile tradicional en el que, tomados de los brazos y en círculos, se baila arrastrando los pies con un grito “lastimero”, de uno de los ancianos de la comunidad que permanece en el centro.

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En Canindeyú, los ava guaraní, de la comunidad Yvaviju, se reúnen para profetizar el nombre espiritual de los niños en el Mitãkarai con una celebración que empieza entre las 2 o 3 de la madrugada y debe culminar antes de la salida del sol. Por su parte, los maká, de Mariano Roque Alonso, lucen sus trajes típicos para realizar el baile de la Integración, que surgió de la relación que tiene este pueblo con los nivaclé como familia lingüística mataco-mataguayo.

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Por último, en el ritual que más deslumbró a Fernando, se puede ver el Debylyby, del pueblo Ishir, en su ancestral suelo chaqueño, a orillas del río Paraguay. Esta celebración es por la iniciación de los jóvenes varones en la sabiduría ancestral. Los muchachos ingresan al bosque ataviados con adornos de plumas y pinturas en el cuerpo. Las mujeres solo pueden acceder a una limitada franja ceremonial. “A pesar de que ya no consigan tantas plumas para sus majestuosos trajes, si tuviera que elegir una, sería ésta por la espectacularidad de la celebración”, dice con orgullo.

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La pantalla se oscurece y suenan atrapantes, las voces femeninas cantando “Peju, pejuna ñañembo vy’a. Peju, pejuna ñañembo vy’a” (vengan, vengan vamos a divertirnos, vengan, vengan vamos a divertirnos). Entonces, aquel compás indígena se apodera de una mente más, en la que habitará con su tamborileo por un par de días, o por toda una vida.

  • Mónica Bareiro

    Aunque estudió fotografía, de día trabaja como periodista y por las noches hornea dulces en Detiti para poder cumplir el sueño de hacer su primer gran viaje. Mientras prepara su mochila, recorre de punta a punta su Paraguay (uno de los países más desconocidos de Sudamérica) usando todas sus “armas” para darlo a conocer.

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