El viaje de Jhabraj: Crónica del terremoto en Nepal

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altaban seis minutos para que hierva el agua en una jarra de lata calentada a las brasas, dentro de un refugio escondido entre las montañas más altas del mundo, los Himalayas. Quizás faltaban cuatro para que una niña de piel trigueña y ojos rasgados se acerque tímidamente a atender a los clientes extranjeros que acababan de llegar escapando del frío. Tres minutos faltaban exactamente para el mediodía cuando Ezequiel decidió pedir un té que nunca llegaría a beber. “Todos los hechos hasta ese momento, se fueron dando de casualidad, hasta que nos dimos cuenta de que nada había sido casual.” recuerda Camila.

terremoto-nepal-revista-otro-mapa-ezequiel-y-camila-1Ezequiel Ratti y Camila Lavalle, no sólo terminaban un viaje por el Sudeste Asiático e India, también cerraban un ciclo que les cambiaría la vida para siempre. Tenían pasajes de vuelta a Argentina para el 5 de mayo desde Katmandú. Únicamente ellos lo sabían, porque luego de dos años a la distancia, pensaron que sería una buena idea que ese regreso fuera una gran sorpresa para la familia que, como todas las de los viajeros, suelen padecer la ausencia en pos de la libertad.

Amantes del deporte, habían llegado a Nepal hacía pocos días con la ilusión de hacer un trekking por el Annapurna, pero la aventura se les presentaba demasiado costosa y al final del viaje no queda mucho dinero en las arcas de un mochilero. Afortunadamente, contaban con una recomendación. La solución era la ruta menos turística del Langtang y para ello debían buscar a un guía en Karmidanda, un pueblo situado a 150 kilómetros de Katmandú. La opción parecía inmejorable, más económica y más auténtica. Sin dudarlo se subieron a un autobús que los llevó hasta la aldea. Allí lo encontraron a Jhabraj, guía de montaña y profesor rural. Por un oficio o por el otro, conocía los sinuosos caminos de la zona como nadie. Durante unos días convivieron con él y su familia en su casa, comieron de su cocina, cultivaron de su huerta, escucharon sus historias. El vínculo se hizo fuerte, tanto que Ezequiel llegó a nombrarlo como su “papá nepalí”; y es que tal vez, inconscientemente, un viajero necesita encontrar a su familia en espejos que, más allá de las diferencias, reflejan una misma imagen.

Una mañana, Jhabraj tomó un lápiz y les regaló lo más preciado que tenía para ofrecerles. En un papel, dibujó un mapa perfectamente detallado con todos caminos, poblados, tiempos y distancias para que pudieran hacer el trek por ellos mismos. Si bien no era un trazado turístico, les aseguró que si seguían su plano no tendrían ningún inconveniente en llegar a destino y regresar sanos y salvos. También les contó que cuando llegaran a Nakthali podrían mirarse cara a cara con la frontera del Tibet y eso se convirtió en la meta y el motor para lanzarse solos a la montaña. Ese mismo día partieron rumbo a Syabrubesi, la puerta de entrada al Parque Nacional Langtang. Antes, Ezequiel logró hacer contacto con su hermana en Buenos Aires para contarle sobre sus planes y despreocuparla por el tiempo que pasarían incomunicados. Le envió una fotografía y se despidieron hasta que los satélites los volvieran a interceptar. Ese sería el último contacto que tendrían hasta el cese del caos. El viaje de Jhabraj debía durar 4 días.

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Camila es fotógrafa y Ezequiel Lic. en Marketing. Vivieron un año y medio en Australia y luego realizaron un viaje de diez meses por varios países de Asia.
Actualmente residen en México y escriben sobre sus viajes en el blog Comiendo el Mundo.

¿Qué viene ahora? ¿Qué va a pasar? Es la tierra y con ella no se jode. Si se le antoja hacerte desaparecer, lo hace.

Día 1: Syabrubesi / Tatopani, Nepal. Viernes 24 de abril de 2015.

El viernes comenzó con las primeras luces que asomaban cuando el sol aún no se dejaba ver. Fueron ocho horas de caminata intensa entre un paisaje que los maravillaba. Las laderas de los cerros cercanos cubiertas de pinos y rebanadas por ese sistema de terrazas de cultivo que increíblemente se observan tanto en las culturas originarias de los Himalayas como en las de los Andes, sin que hayan tenido ningún punto de contacto aparente en la historia universal. Detrás de ellos las majestuosas y temibles cumbres nevadas del Langtang a más de ocho mil metros por encima de las costas del golfo de Bengala.

Camila no paraba de fotografiar la belleza que se le aparecía por delante, Ezequiel todavía no creía que iba a poder observar territorio tibetano. El sol estaba tan radiante que parecía que se les posaba sobre sus hombros y la altura les negaba el oxígeno que necesitan las personas que suelen vivir al nivel del mar. Finalmente, llegaron a Tatopani por la tarde y completamente exhaustos. Se trataba de un poblado muy precario con construcciones de madera, piedra y adobe en una zona agrícola. Alrededor había verde, cabras, caballos y búfalos. Y altura, mucha altura. Allí se asentaron en un refugio. “Nos recibió una familia que no hablaba una sola palabra de inglés pero el lenguaje universal, la sonrisa y mirar a los ojos nos comunicaba. Comimos algo y nos fuimos a dormir. Estábamos realmente agotados.” cuenta Camila.

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Día 2: Tatopani / Nakthali, Nepal. Sábado 25 de abril de 2015.

Segunda jornada de trekking. El clima en la montaña es bipolar, sin dudas. Luego del sol abrasador, ahora, les tocaba andar varias horas entre viento y llovizna para encontrarse con la preciada frontera y luego continuar camino a Thuman, donde pasarían la noche del sábado. Pero el destino es un jugador que nunca muestra sus cartas y una de sus artimañas fue que en Nakthali estaba nublado. Eso no sería problema si no fuese que desde allí debía verse el Tibet y que cuando uno se encuentra a más 4.000 metros de altura, las nubes suelen estar debajo de los pies. No se veía absolutamente nada.

El frío los invitó a entrar a uno de los tres ranchos de madera que se distinguían entre la niebla. Se sentaron a una mesa y rápidamente entablaron conversación con un alemán. Al igual que ellos, estaba de paso, esperando que escampe para seguir viaje. En una habitación contigua, una niña de ojos rasgados le echaba brasas a un jarro de lata que mantenía el agua siempre caliente para los visitantes. Ezequiel se frotó las manos y decidió pedir un té. Faltaban exactamente tres minutos para el mediodía cuando Camila sintió algo extraño: “Escuchamos como si estuvieran corriendo en el techo, y en eso la casa empieza a moverse de un lado para el otro”. El alemán se agarró bien fuerte de la mesa para mantenerse en eje y mientras los ojos se le transformaban en dos planetas gritó: “¡Earthquake!” Sin pensarlo, Camila trató de protegerse debajo de una puerta, pero el marco se bamboleaba como en una casa de naipes. No llegaron a notar el crujir de las maderas que sin saber por qué, todos salieron espantados hacia el exterior. Tampoco era momento de razonar. Había que escapar y no resultaba una tarea fácil con la tierra en movimiento. A cada paso que intentaban dar la naturaleza les hacía una zancadilla. Corrieron. Trastabillaron. Cayeron. Volvieron a correr. Huyeron como pudieron hasta que encontraron un claro en la llanura y se echaron en el suelo. Estrujaron la hierba con sus manos para liberar la energía y el asombro. Duró treinta segundos, o al menos eso le pareció a Ezequiel que relata: “El ruido era terrible. Teníamos todos los Himalayas alrededor y recuerdo escuchar los estruendos de las avalanchas en las montañas.” y agrega Camila: “Estábamos de espectadores. Nos sentamos en el piso y nos quedamos impactados del espectáculo de la Tierra. Porque sacando la parte humana, eso fue para nosotros. Fue contemplar cómo la Tierra se mueve realmente.”

En esa llanura de Nakthali, Camila y Ezequiel se sentían a salvo. La conmoción ya había pasado y ahora trataban de entender: “Jamás tuvimos miedo de morirnos. Sí tenía el miedo de lo desconocido. ¿Qué viene ahora? ¿Qué va a pasar? Es la tierra y con ella no se jode. Si se le antoja hacerte desaparecer, lo hace.” Ezequiel estaba con un shock de adrenalina. Caminaba de un lado para el otro, hacía conjeturas, intentaba planificar. No paraba de hablar, hasta que sucedió la primera réplica y un templo de piedra se vino abajo ante sus propios ojos. Entre el desconcierto, pudo observar a su alrededor y cuando notó las caras de temor de los aldeanos comprendió que no estaba viviendo una aventura de mochilero, estaba frente a un poder real mucho más fuerte de lo que imaginaba. Se asustó y ese miedo lo tranquilizó.

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Acaban de ser testigos y protagonistas de un sismo de magnitud 7,9 en la escala de Richter, el segundo más fuerte y devastador en la historia de Nepal: 8.832 muertos confirmados, más de 22.000 heridos y más de 8 millones de personas en emergencia humanitaria. Durante días, el mundo miró por una pantalla la tragedia más terrible del siglo en vivo y en directo. Nunca había sucedido algo así. La muerte y la destrucción fueron transmitidas por YouTube en tiempo real pero allí, a muy pocos kilómetros del epicentro, no tenían idea de lo que sucedía.

El terremoto había dejado sin electricidad a gran parte del país pero alguien consiguió una pequeña radio a baterías y toda la aldea, unas veinte personas incluyendo los turistas, se sentaron a escuchar las primeras noticias que llegaban desde la capital. En ese momento comprendieron la magnitud del hecho. El Durbar Square estaba en ruinas. Muchas carreteras y vías de comunicación cerradas. Pueblos y ciudades destrozadas. Entonces el grupo tuvo que debatir la gran pregunta: ¿Qué hacer? La decisión de la mayoría fue regresar a la ciudad. Los peligros eran evidentes, pero muchos lugareños que tenían familia en Katmandú debían encontrarse con los suyos a costa del riesgo que eso implicaba. Camila y Ezequiel no hablaban el idioma, no conocían la zona y nunca habían vivido un terremoto. Debieron tomar la única opción que tenían, confiar.

Todas mis fotos de ese momento son pasivas y es como estaba yo, introvertida, metida para mí. Las únicas que saqué, fueron con el corazón, no podía sacar a la tragedia. No me entraba en la cabeza lo que estaba viviendo.

Día 3: Nakthali / Syabrubesi, Nepal. Domingo 26 de abril de 2015.

El domingo empezaron a darse cuenta que el terremoto había sido el comienzo y no el final del problema. Una réplica durante el camino podría provocar una avalancha, pero lo mejor en esos casos es anular los laberintos de la conciencia y no dudar. Esa confianza les pagó con creces. La bajada la transitaron por atajos que sólo conocían los locales y que sin ellos hubiese sido imposible andar. “Hicimos en seis horas lo que tardamos dos días.” cuenta Camila.

Llegaron a Syabrubesi. Allí se había improvisado una especie de centro de refugiados de todas las aldeas aledañas y los grupos de turistas que paseaban por la zona. Encontraron un teléfono e intentaron sin éxito llamar a Buenos Aires. Las comunicaciones estaban totalmente colapsadas. Desistieron. Del otro lado del mundo, en Argentina, “los argentinos perdidos en Nepal” eran tapa de los diarios más importantes. Sus padres angustiados, pedían ayuda ante las cámaras de todos los noticieros del mediodía. Las comunidades de viajeros retwitteaban campañas para obtener alguna información y los teléfonos de las embajadas asiáticas no paraban de sonar. En las montañas nepalíes, pasaban una noche difícil y helada. Durmieron en el piso, arropados en una bolsa de papas pero el caos era más angustiante que el frío:“Fue bastante crítico, la gente se peleaba por la comida, se vivió una situación medio tensa. Además hubo muchas réplicas, la gente gritaba. Era desesperante.”

 

Había caras de tristeza pero no de dolor. La gente tenía un espíritu positivo y súper solidario. Todos ayudaban. Todos hacían algo.

Día 4: Syabrubesi / Karmidanda, Nepal. Lunes 26 de abril de 2015.

Entre el frío y la ansiedad no pudieron dormir. La noche les dejó la seguridad de que había que volver a Karmidanda lo más rápido posible, al menos allí enconarían a Jhabraj. Él podría ayudarlos. Los separaban 60 kilómetros, pero sabían que era la parte más destruida y arriesgada de todo el trayecto. A Camila le costaba decidirse, el miedo funciona como una salida de escape ante el peligro inminente. “Ezequiel me agarró del brazo y me dijo: Está todo bien, hay que llegar a Karmidanda. Yo me entregué. Hay que confiar en las personas que te están acompañando. No queda otra. Confiar.” Regresaron sobre sus propios pasos en un camino que habían transitado días atrás, pero esta vez con un paisaje completamente diferente. Estaban anonadados. La ruta tenía grietas en las que el asfalto se hundía por siete metros de profundidad. Había derrumbes, rocas flojas, precipicios y mucho riesgo. Cualquier réplica en ese trayecto podía ser fatal. Nuevamente, la clave estaba en poder dominar la mente: “Nuestro objetivo era caminar. Punto.” subraya Camila como si fuese una ley, y es que en esas circunstancias había una única regla de oro: no pensar.

Tuvieron que trepar, escalar, saltar. Cuanto más descendían de la montaña, el camino se hacía más dificultoso, el peligro aumentaba y se encontraban con un panorama más desolador. “A medida que bajábamos por los pueblos, nos enterábamos que alguien había muerto. Además vimos mucha destrucción.” recuerda Ezequiel. Cientos de fotógrafos del mundo viajaron a Nepal con el fin de obtener una imagen digna de la tapa de Time, pero Camila, que lo estaba viviendo en carne propia, estaba bloqueada: “Ezequiel me decía ‘sacá fotos’. Yo estaba obnubilada, no podía. Todas mis fotos de ese momento son pasivas y es como estaba yo, introvertida, metida para mí. Las únicas que saqué, fueron con el corazón, no podía sacar a la tragedia. No me entraba en la cabeza lo que estaba viviendo.” confiesa.

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A mitad de camino, con una réplica inesperada, la naturaleza les jugó una broma bastante pesada. “Llegamos a un lugar donde había que cruzar un río por un puente colgante. Ni bien pasamos del otro lado, la montaña en la que acabábamos de estar se vino abajo, entera. Derrumbe total. No sabíamos si reír o llorar. Ezequiel me mira y me dice: Si safamos de esta, ya está.” Los nervios y el cansancio les agarrotaban los músculos. La voluntad se ponía a prueba cuando la meta parecía alejarse mientras más se acercaban al destino anhelado. Sólo había que pensar en el próximo paso y así sucesivamente. Pero siempre la procesión va por dentro. Faltaban pocos metros para Karmidanda, ya lograban divisar sus casitas, cuando Camila no aguantó más, se sentó en el piso y se desahogó. “No podía seguir”, asegura. Ezequiel la miró fijo a los ojos y le recordó el pacto que habían hecho: “Caminá.”

Entre las calles del pueblo destruido se reencontraron con Jhabraj que cuando los reconoció les devolvió una sonrisa de alivio. Su casa estaba arruinada, lo había perdido todo, pero en su comportamiento se veía una postura de aceptación y superación de la desgracia. Quizás sea porque en Nepal, los terremotos son moneda corriente y están acostumbrados a lidiar con ellos. O tal vez, porque se trata de una cultura milenaria de desapego material, pero Ezequiel asegura que allí “había caras de tristeza pero no de dolor. La gente tenía un espíritu positivo y súper solidario. Todos ayudaban. Todos hacían algo. El que no estaba sacando escombros, estaba cocinando o estaba jugando con los niños. Todos tenían una actividad.”

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Jhabraj los invitó a pasar la noche en su casa. Se acurrucaron en un rincón casi a la intemperie, sólo cubiertos por un techo de paja que aún se mantenía en pie. Eran diez personas en un espacio diminuto. Les ofrecieron un teléfono celular para que intenten nuevamente comunicarse con Buenos Aires. Camila marcó y del otro lado escuchó la voz de su papá. Por un instante la emoción construyó un puente entre dos continentes y a más de 15.000 kilómetros de distancia, dos familias que nunca hubiesen imaginado cruzarse, lloraron de la misma felicidad. Luego se soltó la angustia, los gritos, las preguntas y la tensión acumulada de días de búsqueda esperanzada. Los medios se hicieron eco de la noticia y la emoción televisada. Eso fue un golpe para ellos. Se sintieron raros, tristes. Aquella experiencia íntima se había socializado y ya no les pertenecía. Había dos historias y en el medio una grieta que no podían salvar. Por un lado, la de “la tragedia en Nepal” y, por otro, la que estaban viviendo en Karmidanda, la del aprendizaje. “Sin subestimar a la muerte, yo me siento una agradecida de haber estado ahí, de haber tenido esa experiencia y estar viva para contarlo. Nada de fue casualidad, si uno toma decisiones con el corazón, uno está en el lugar donde tiene que estar. El terremoto nos pasó porque nosotros teníamos que estar ahí y nos enseñó que había que tranquilizarse y caminar. Mentalizarse en el ahora y vivir el presente.” resume Camila.

Entonces, en aquel instante, Ezequiel, que hasta ese momento pensaba en quedarse a ayudar entendió que “la capa de superhéroe no le cabe a una sola persona” y sintió un impulso incontrolable por regresar. Miró a la familia de Jhabraj, les sonrío y comprendió que ahora su lugar estaba en Argentina, abrazando a la suya.

  • Mariano Bugallo irandando.com

    Algunos dicen que es comunicador, otros diseñador. Él ama la música y caminar, por eso cree que su verdadera vocación es el movimiento. Disperso pero observador. Cada viaje le deja más preguntas que respuestas. Aún así, el desierto le enseñó que la prisa mata. La selva, que el todo y la nada son la misma cosa. La montaña, que lo imposible se logra poniendo un pie delante del otro. Y el mar, le enseñó que todavía le falta mucho por aprender. En eso anda, mientras fotografía y escribe en irandando.com

Showing 13 comments
  • Ludmila Greco
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    Muy buen laburo!
    Gracias por compartirlo.

  • María Jose
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    Excelente relato, no me canso de leerlo o escucharlo, cada letra, o cada fonema me resuenan a los segundos de angustia q fui sintiendo desde el primer momento en q caí en la realidad q mi hija y su novio estaban allí, es la otra cara de la moneda y hoy poder leer o escuchar el relato, me traslada a aquellos días, donde uno intenta no perder la esperanza, aunque debo reconocer que después de 48 hs ya la venia perdiendo, pero no llegue a perderla del todo, porque en el momento justo, en el,limite tolerable para una madre, el llamado llego, y la alegría y la desesperacion junta la puedieron observar miles de espectadores cuando el papa de Cami le avisa a la mama de EZequeil, yo en ese momento me encontraba en un taxi, volviendo de un programa de televisión, y me llego la noticia por medio de mi hijo, lo primero que se siente es alegría, agradecimiento a Dios, a la vida misma porque estaban a salvo y luego el llanto, la angustia y la contención de miedo acumulado que explota con el llanto, tanto que solo le pedía perdón al taxista. Así fue, una historia que nos cambio a todos, y que fue vivida y sufrida por el mundo entero. Mama de Camila

    • Mariano Bugallo
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      María Jose, sinceramente es uno de los comentarios más reconfortantes que me hicieron. Le confieso que cuando empecé a escribir la nota, sabía que iba a estar cargada de muchas angustias, alegrías y emociones. No sólo de los chicos, sino también de ustedes que son la otra cara de la historia, que aunque no hayan estado en el lugar y el momento, fueron parte de esa misma experiencia. Por todo eso, intenté hacerlo con mucho cuidado y con cierta responsabilidad sin dejar de ser fiel a mi mismo. Que le haya gustado a usted, siendo la mamá de Cami, me deja más que conforme con mi trabajo. Me ha arrancado una sonrisa de satisfacción. Muchas gracias por escribirme!!!

  • Flor Zaccagnino
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    ¡Excelente Mariano!
    Quedé atrapada en tu relato como cuando me enteré de la noticia aquella vez.
    Se me puso la piel de gallina, gracias por transmitir tan bien los sentimientos y todo lo que vivieron los chicos en Nepal.
    ¡Felicitaciones!

    • Mariano Bugallo
      Responder

      Gracias Flor!
      Es una de esas historias que merecen ser contadas con emoción y comprometiendo los sentimientos.
      Al menos eso intenté, me alegra que te haya gustado.

      Besos y gracias! 😀

  • Isabel
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    Impactante relato, Mariano! Pero me sostienen en el aire las palabras de la Mamá de Camila. Ya te darás cuenta por qué… Todos este grupo de aventureros incansables, curiosos irredentos, inquietos de espíritu y de pies, descubren el mundo de una manera única. Primero, porque no son viajeros de postales comerciales. Y segundo, porque descubren el mundo de las personas REALES, gracias a una protección ciertamente providencial, aunque sean agnósticos. Alegra leerlos…emociona, sorprende… y a veces, asusta. Pero voy a seguir leyendo… y viajando con ustedes!!!

    • Mariano Bugallo
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      Isabel! Es un honor viniendo de vos! Gracias. Yo también me quedé pegado a las palabras de la mamá de Cami. Las madres son la otra cara de las historias de viajeros ¿no? jaja! Sabemos que las tenemos agarradas de los pelos, pero qué mejor que nos sepan libres y comprometidos. Te vamos a seguir asustando un poco más! Abrazo grande!

  • César
    Responder

    Gracias Hernan (Papá de Camila) por hacerme conocer este relato….Siempre aprendemos algo. Gracias por compartir.

  • Caro
    Responder

    Hace dos meses, en una guesthouse en Ulleri (una villita en las montañas de Nepal), cenaba agotada luego de mi primer y extenso día de trekking. En la mesa de al lado se sentaron una norte americana y su guía nepalí a quien más temprano había cruzado. El guía era profesor de inglés y hablaba claro y fluído. Me preguntaron de donde era, y cuando les dije que era Argentina el hombre contestó que tenía dos muy buenos amigos ahí. La americana lo interrumpió y me contó que en unos meses iba a viajar por mi país. Un rato más tarde, hablamos del terremoto. El guía nos contó los destrozos que causó en su pueblo. Yo les conté que hubieron dos argentinos perdidos, que la chica era amiga de una amiga mía (Sabrina) y que como por ese entonces yo trabajaba en un noticiero, me encargué de ayudarlos a difundir la noticia por donde pude. El guía me dijo sus nombres. Yo solo recordé el de Camila. Se emocionó muchísimo y hablamos durante mucho tiempo de aquel acontecimiento. No recordaba su nombre, pero ahora sé que se llama Jhabraj. Me dijo que la madre de Camila iba a viajar a conocerlo, que los chicos juntaron dinero para colaborar con su pueblo, y que cuando estuvieron ahí se ayudaron entre todos. Me mencionó que durmieron 10 personas apretujadas, y que de no ser por la ruta que el les recomendó, probablemente su situación hubiera sido peor. Y yo me quedé pensando sobre las casualidades que no son casuales, sobre lo conectados que estamos todos, y me fui a dormir con una sonrisa entendiendo que ¨si uno toma decisiones con el corazón, uno está en el lugar donde tiene que estar¨.

    • Mariano Bugallo
      Responder

      Increíble Caro! Parece de película… justo lo encontraste a él! A mí me pasa algo muy loco ahora. Luego de escribir la nota, siento como si lo conociera, como si tuviese un vínculo que él desconoce completamente. Él no sabe que yo lo conozco. Te das cuenta cómo siempre los caminos se cruzan y te llevan a los lugares dónde tenes que estar. Cómo el destino va tejiendo su telaraña… la historia. Gracias por compartir este relato, es como si hubieses completado el mío! Te mando un beso grande!

  • Caro
    Responder

    Cuanto me alegra haber completado un relato! Jaja, beso grande!

  • Zuny
    Responder

    Me quede atonita leyendo el relato,despues de esto, solo se puede sentir admiracion por tanta valentia para superar tan dramatico momento .Parece imposible que la cordura,templanza y raciocinio puedan prevalecer en esos dificiles momentos para tomar decisiones.Sin ninguna duda que nada es casual,que todo es por algo y vaya si lo que les toco en su camino,para analizar y tal vez cambiar el camino de sus vidas.Admiro tan enorme valentia y que Dios disponga de una vida tranquila para uds despues de semejante experiencia

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