Diario de viaje: Europa en Bici

  • por Sebastián Ourracariet
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iajar en bicicleta fue una decisión que tomamos más por necesidad que otra cosa, hasta podríamos decir que fue el cicloviaje quien vino a nosotros en lugar de la inversa. Puede sonar loco, descabellado, delirante pensar en recorrer miles de kilómetros con la energía de nuestras piernas, hasta imposible. Pero si estás leyendo esta revista, y estas líneas, es porque sabes que “lo imposible solo tarda un poco más”.

Cambiar el modo de viaje significó cientos de modificaciones mayores que pararnos al costado de la ruta a esperar que alguien nos levante con nuestras mochilas a tener que pedalear cada metro de nuestro avance. Eso fue lo de menos. Hacer ciclocamping es exponerse a situaciones diferentes que otros tipos de viajes nos privan (no es una verdad absoluta, solamente hablo de mi experiencia personal). Puntualmente hay un tema en el que quiero hacer énfasis y es el reencuentro con la naturaleza, como si fuese una máquina del tiempo que me llevó a recónditos lugares que mi retina infantil guardó, viajar en bicicleta me hace sentir que soy esa criatura que se subía a los arboles, jugaba con caracoles y vivía sucio de tierra. Ese pibe que a fuerza de rutinas y oficinas cerradas vio agredida, casi al borde de la muerte, su relación con el medio ambiente verde y su obsesión por mirar el cielo estrellado por horas (POR HORAS EH, de pendejo me quedaba mirando el cielo hipnotizado, sobre todo cuando iba a acampar (pendejo = niño, por las dudas que haya algún lector centroamericano confundido rascándose la barbilla mientras me lee). Ese vínculo con la naturaleza lo recuperé, por suerte, viajando en bici y viviendo en carpa (casi) todos los días.

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Estimado lector, hagamos un rápido recorrido de un “típico día” viajando en bicicleta para comprender mejor de que hablamos. Transportemos nuestra mente unos segundos: nos despertamos en la carpa, (muy) probablemente armada la tardecita anterior en un sector donde el acampe libre no está permitido pero tampoco prohibido por lo que con poco remoloneo nos levantamos rápido para evitar reprimendas de algún vecino o policía aburrido. Hay que hacer una aclaración previa: cada vez que podemos, en caso que sobre tiempo, elegimos un lugar donde poner la carpa pensando en dónde vamos a desayunar (cerca del mar, con vista a una montaña o lago, debajo de un árbol, etc). Son momentos únicos, “sabiamente elegirlos debes” diría mi amigo Yoda. Mientras guardamos la carpa y los bártulos en las bicis, el anafe calienta agua para un cafecito energizante que ayude a empezar a pedalear.

El aroma del rocío de la noche que se despide en el horizonte a medida que va saliendo el sol es un regalo diario que la vida rutinaria nos dificulta. Como no nos preocupa mojarnos las zapatillas con el rocío, el guardado de la carpa se hace bastante rápido, y después de disfrutar el entorno mientras tomamos el café o té, seguimos viaje. El resto del día se va a desarrollar con diversas improvisaciones que incluyan llanuras infinitas con vientito en la cara, algún animal que nos crucemos en un camino a través del bosque, puteadas (insultos) al aire por alguna brusca subida, alguna merienda al lado de un río que acompaña el camino. En el medio seguramente cruzaremos algún/os pueblos o ciudades, visitaremos lo que nos llame la atención, conversaremos con algún curioso que nos pregunte qué hacemos por esos lugares y con un poco de suerte dormiremos bajo techo, previa cena con el/la anfitrión/a. Y si no surge la situación de la cotidiana hospitalidad para con el viajero nos buscaremos un buen espacio de acampe nuevamente. El 70% de las veces se mantiene esta secuencia, con unas 498 variables aproximadamente. Una “rutina” divertida, moldeable, interesante, de aprendizaje diario y sobre todo, agradable a la vista.

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La combinación de naturaleza y cultura que tiene Europa debe ser difícil de superar. Digo “debe ser” porque recién lo voy a poder asegurar cuando conozca todo el mundo. Y como dice el célebre filosofo contemporáneo Reinaldo “Mostaza” Merlo: “Paso a paso”, viaje a viaje. Más allá de la idealización social que se tiene de gran parte de Europa occidental y nórdica lo que me resultó más interesante es esa combinación de grandes y cuidados bosques, ríos y montañas intercalados con sitios históricos de la sociedad moderna del siglo 18 en adelante, que para alguien interesado mínimamente en historia y desarrollos sociales te vuela el marote. Y eso que soy cabezón profesional.

Hay dos recorridos que  me quedaron pegados en la memoria, que me gustaría tenerlos hasta que sea viejito y le cuente de mis viajes a mis nietos, bisnietos y lo que llegue a tener. El primero fue en Dinamarca. Básicamente todo el país está unido por una cuidada y pensada ruta ciclista que llama Marguerite Route (en honor a la Reina Margarita, porque por más que sea uno de los países más progresistas y socialmente equitativo del mundo, sigue bajo las Queen rules baby). Esta biciruta es sumamente sencilla de seguir ya que está señalizada por unos carteles que tienen el dibujo de una margarita (hola, ¿Mr. Marketing danes? Venga a buscar su premio por favor), y está ideada para tocar los puntos más destacados de cada ciudad, región y espacio natural que el pequeño Estado danes posee. Si le interesa, querido lector/a, aquí le dejo el link del “folleto” oficial. A pesar de las cortas distancias que tiene el territorio, como son un puñado de habitantes, es sumamente sencillo hacer 20 o 30 kms a pedal y encontrarse en medio de verdes campos totalmente solo, cruzando las típicas casas nórdicas de techos de paja, y cada dos o tres ciudades, un castillo. Soy fan de los castillos y este es uno de los motivos porqué amé este recorrido. La frutilla de este circuito cicloviajero son los “shelter”, que son pintorescos refugios en ambientes naturales (en bosques, montañas, cerca de lagos, etc) estatales para ser usados por los viajeros, de forma gratuita, claro. La reglamentación es mantenerlo limpio, sano y no quedarse más de dos noches seguidas. Una comodidad nórdica que da alternativas a la vida al aire libre, que aunque no tenga montañas tiene bosques, ríos y costa disfrutables.

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Como en todo viaje, el tiempo es más disfrutado, como si pasase más lento. La memoria es más detallista, y nos transformamos en esponjas que absorbimos conocimiento las 24 horas del día. La Universidad de viajar no tiene certificado de graduación, lo que nos permite cursar todo lo que queramos. No hay que tener nada en especial sino la convicción de salir a enfrentarte con lo nuevo. Hace unos años escribí un texto que en una parte decía, y con esto cierro: “Laura, mi maestra de quinto. Una visionaria que gritaba y mucho. Hoy, casi 20 años después, comprendo que esos gritos que intentaban avergonzarme por dejar la puerta abierta me resultaron alentadores, me desafiaba con un “¿Usted vive en carpa?”. La carpa es algo que me apasiona. No sólo la carpa en sí, sino el modo de vida que ella conlleva. El abrazar la naturaleza, la simplicidad de todo lo que hacemos. Para quien conoce de lo que hablo, debe coincidir conmigo en que amanecer en un acampe lo llena a uno de vida. Es difícil explicar que caminar con el aire fresco de la mañana, pisando el rocío, me hace sentir más vivo que despertarme en un departamento oscuro lleno de comodidades y tecnología. Tomar unos mates calentitos como desayuno, cerca de la carpa, mirando el paisaje; sintiendo la vida y el verde alrededor. Impagable en cualquier bar de Buenos Aires. Olvidarte que existe el teléfono celular, o restarle importancia a la última noticia amarillista y trágica del noticiero porque hay que buscar ramas para hacer el fuego a la noche, o porque hay que organizar donde vamos a ir en la caminata de la tarde. Y ni hablar de la inigualable satisfacción que trae la noche en el acampe. La noche se vive, se siente distinta (…) Así que gracias maestra Laura, tus gritos y enojos fueron de muy poca ayuda en casi todo, excepto en predecir mi vida en carpa.”

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  • Sebastián Ourracariet
    Sebastián Ourracariet

    Es estudiante de Ciencias Sociales después de haber cambiado de carrera 3 veces, futbolero hincha de Quilmes, vago y con una especial terquedad para ver el mundo como a él le gusta: defendiendo y poniéndose del lado de los más débiles, considerando que todo lo que se haga en conjunto es superior a lo que se haga individualmente y cuestionando todo tipo de reglas sociales que le parecen molestas. Escribe en Viajando de Sur a Sur.

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