- por Yolanda Serrano
S e me ocurren mil frases para describir «Camino de vida». Quizá una de las que me acompaña más frecuentemente es la de la famosa Saeta del poeta Antonio Machado: «Caminante no hay camino, se hace camino al andar». Siempre he pensado que mientras haya un camino por iniciar, la vida luchará por llenarlo de esperanza.
El inicio de mi camino empezó con un primer viaje a Etiopía hace ya bastante tiempo. La vida la encontré en cada kilómetro recorrido y en cada sonrisa recibida. La esperanza en cada pequeño gesto de las personas que conozco y luchan por este hermoso país.
Con la mirada pegada al cristal de nuestro vehículo, o bien sentados en algún bar local degustando un buen macchiato -café manchado-, observo la cadencia continua de gente por la carretera. En un constante ir y venir, que por momentos se vuelve hipnótico, el tiempo pasa sin prisas pero sin pausa.
Este trasiego, común en buena parte de África, alcanza su zenit en Etiopía. Sucede a todas horas y en todas partes. Son gentes que vienen y van, que enlazan un lugar con otro sin descanso. Vidas que se movilizan de manera cotidiana para acudir al mercado, al colegio, a buscar agua a los pozos, o a llevar el ganado a los pastos. Algunos simplemente se desplazan sin rumbo fijo.
Con cada click de mi cámara, siempre emerge una pregunta ¿hacia dónde van? Seguidamente me viene el pensamiento de que llegará un momento en que todo esto desaparecerá. Nadie recordará cómo era aquel pasado que dio paso al futuro.
Entre tanta gente siempre me han llamado la atención los cientos y cientos de colegiales y estudiantes que nos cruzamos por el camino. Niños, niñas y jóvenes que conformarán una nueva generación de individuos. Tendrán una mejor formación que la que tuvieron sus padres. Tienen un mayor acceso a la información y a otras maneras de pensar y actuar. Y sin embargo, cuentan con pocas posibilidades de cambiar el rumbo y el destino de sus vidas.
«Siempre he pensado que mientras haya un camino por iniciar, la vida luchará por llenarlo de esperanza.»
Las antiguas carreteras de tierra, arena y barro dan paso a nuevas carreteras de asfalto. Otro tanto ocurre con la sociedad etíope. Casi de repente todo se acelera. La velocidad de los nuevos y potentes vehículos que han colonizado las carreteras es comparable a los bruscos cambios que está sufriendo una sociedad tan tradicional. Un impacto tan grande que no da tiempo a asimilar lo que supone disponer de un poderoso vehículo entre las manos, cuando la vida parece intentar seguir su ritmo de siempre, amparado por aquella creencia de que las cosas siempre han sido y serán así.
Como esos grandes coches que transitan por los nuevos caminos, así comenzaron las protestas en la región de la Oromía.
Hace un año, una parte de la población mostró su descontento ante un crecimiento económico desigual que no beneficia a todos y que margina aún más a los desfavorecidos.
Unos planes urbanísticos no compartidos por la mayor parte de los habitantes de aquella región fueron el detonante de la crisis. Voces que se alzaban pero cuya resonancia parecía inaudible a los oídos del resto del mundo.
Esas voces se materializaron en la imagen de un corredor etíope durante los pasados Juegos Olímpicos de Río de Janeiro. Las protestas fueron aumentando más y más a partir de ahí, hasta llegar a su punto álgido en el mes de Octubre de 2016. Fue entonces cuando el gobierno de Etiopía decretó el estado de emergencia en todo el país durante seis meses, amparándose en el «desarrollo y la seguridad del pueblo etíope».
Aquella situación de inestabilidad hacía desaconsejable a los extranjeros viajar a Etiopía. Como resultado, tuve que cancelar mi viaje anual al país etíope como cada mes de octubre desde hace once años. Tal decisión me sumió en una tristeza difícil de explicar y entender hasta que comprendí ese camino de vida que llevaba tanto tiempo observando ensimismada y en silencio.
“Siento que mientras el diálogo y el sentido común retornan, sus gentes -las mismas que hace unos años andaban calladamente envueltas en sus pensamientos y quehaceres diarios- han iniciado su «camino de vida».
Posiblemente será largo y duro, y cambiará el paisaje, pero es un camino que debe seguirse con decisión, para que todo lo que está sucediendo tenga un sentido y el color vuelva a los caminos de mi querida Etiopía.
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Yolanda Serrano
Yoland Serrano, aficionada a la fotografía y adicta confesa a los viajes, su manera de sentir es a través de la cámara, su bien más preciado. Su pasión por África y amor por Etiopía la llevaron ya hace unos años a formar la Asociación sin Animo de Lucro “Diferentes.Leyu”. Una asociación que se encarga del mantenimiento del Aula especial ubicada en Muketuri (Etiopía) para la integración y mejora de la calidad de vida de niños con algún tipo de discapacidad. Aula que se ha convertido en pionera en Etiopía, donde estos niños son desterrados socialmente.
Su fotografía es una manera de recaudar fondos para el mantenimiento de dicha aula.