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Viendo las noticias, el mundo parece hundido en un problema sin solución: marginalidad, desigualdad social, pobreza, exclusión, catástrofes naturales, conflictos bélicos y civiles. Parece que las víctimas son siempre las mismas. Me movilicé. El altruismo me brotó de lo más profundo, puse mis mejores intenciones, “Sé el cambio que quieres ver en el mundo” decían los grafitis, lo creía, lo hice bandera. Quería conocer lo que quedaba en las sombras de los templos camboyanos de Angkor Wat. Quería involucrarme hasta los poros.

Las caras de los dioses miran para todas direcciones... Y nosotros deberíamos hacer lo mismo.

Las caras de los dioses miran a todas las direcciones… Y nosotros deberíamos hacer lo mismo.

Una de las primeras investigaciones que realicé para planificar mi viaje por este rincón del planeta fue buscar oportunidades de voluntariados en ayuda humanitaria. No sé qué me imaginaba pero lo que encontré me generó más desconfianza que motivación. De repente, manaban opciones y “oeneges” a mansalva. Están en todos los continentes. Hablan inglés y cobran en dólares. ¿Cómo que “cobran”? Sabía que en el trabajo voluntario no se recibía paga, lo que no sospechaba es que uno, también, debía pagar. Algo en el “deber” todavía me resuena en oposición a la definición de “voluntario”.

Camboya carga a sus espaldas el peso de una historia sangrienta reciente. El régimen de los Jemeres Rojos aniquiló al 30 por ciento de la población durante la segunda mitad de la década de los setenta. Una generación entera que hoy debería tener entre 40 y 60 años no camina por sus calles, no come en los mercados, no hace artesanías ni trabaja en sus campos. ¿Qué fue de sus hijos?

En consecuencia, la industria del orfanato creció rápidamente. Al punto tal que hoy las instituciones captan niños no necesariamente huérfanos, pero que son apartados de sus familias sólo para mantener la maquinaria andando. No se necesita de mucha sagacidad para hacer las cuentas y entender que los padres de hoy son muchos de los hijos de aquellos años infames. Quizás por ello cuentan con escasas herramientas para llevar adelante el hogar y confían erróneamente en que institucionalizando a sus niños éstos tendrán asegurada educación, salud y alimentos.

Aprendizajes...

Aprendizajes…

Los establecimientos educativos muchas veces no cuentan con personal suficiente ni estable. Voluntarios volátiles pasan algunos días enseñando inglés sin seguir una currícula lógica y, por lo general, sin tener las habilidades pedagógicas que se requieren. Los niños, entonces, quedan reducidos a la moneda de cambio en este negocio.

Utilizando la red Couchsurfing para conocer en qué lugares podía dar una mano encontré a varios residentes de Siem Reap, camboyanos y extranjeros, que me mostraron la luz roja sobre este tema. Me sentí ingenua. Me sentí sucia. Yo que me formé para servir a los niños, ¿les estaba haciendo daño?

El egoísmo quizás había hecho que pasara por alto el punto clave de la situación: el afecto. Yo no tenía dinero para aportar y mi inglés es intuitivo y poco académico, sabía que no era mi rol enseñarles un nuevo idioma. Sólo me limité a dar algunas ideas de cómo conseguir donaciones internacionales. Compartimos una tarde de juegos, sonrisas y abrazos. Abrazos fuertes, como si alguien les hubiera dicho “cuando te sonrían, corre y aprieta fuerte con tus bracitos una pierna”. El primer día eran automatizados. El segundo más espontáneos, incluso había alguna mueca que funcionaba como código íntimo. Yo quería sentirme especial para ellos. Ellos parecían desvivirse por ser especiales para mí.

Nunca me detuve a reflexionar que lo mismo les había sucedido la semana anterior con alguien que ya no estaba en la ciudad, o que yo me podía quedar dos semanas -porque empezaba a practicar un slow travel novedoso para mí, generoso para ellos- pero no más que eso, dos semanas. ¿Qué vínculo podíamos hacer en dos semanas? Hay amores a primera vista, sí, pero entonces… ¿Y el desamor? Al mes ya no podríamos recordar nuestros nombres. Entonces yo, la que busca el amor eterno, puse un granito de arena en el mundo de las relaciones descartables… me sentí indigna.

En la voracidad de información que me atacó a continuación de esa experiencia encontré algunas respuestas, o mejor dicho, varias preguntas que me debería haber hecho antes de participar de esto: ¿era esa una organización registrada?, ¿el personal estable a cargo de los niños tenían la capacitación adecuada?, ¿el lugar contaba con las comodidades básicas para que un niño se desarrolle sana y armoniosamente? Por supuesto todas las respuestas eran negativas.

Quienes trabajan en contacto con los niños (en cualquier lugar y situación del mundo) deben ser personas que puedan comprometerse a construir una relación estable con ellos, en su lengua materna sin penetrar su cultura en forma contraproducente.

No hay que olvidarse cuál tiene que ser el producto de todo esto: un ser adulto, capaz de valerse por sí mismo, sano física y psicológicamente, bien educado, bien nutrido. Después de todo, cada niño tiene que gozar de las mejores opciones que su entorno le permita y era eso justamente lo que no sucedía en estas instituciones.

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¿Y los voluntarios? El valor del conocimiento y/o experiencia de una persona extranjera no está en tela de juicio. Cada uno es conciente de cual es su mejor aptitud pero es igualmente responsable de entender que su rol es transmitir su saber a quien trabaja con los niños y no a ellos directamente. De este modo ellos pueden tener una continuidad en su entorno sin disrupciones intempestivas. La tarea, entonces, consiste en ayudar al personal de los establecimientos en su formación, brindarles herramientas nuevas o mejorar las que tienen.

La realidad del mercado (o la ambición, por qué no) lleva a quienes manejan estas organizaciones a poner un mayor esmero en conseguir voluntarios más rentables. Se desentienden entonces del impacto negativo que esto puede generar en su comunidad. Cuando en realidad deberían seleccionar cuidadosa y criteriosamente a quién incluyen en su equipo y por qué no, reglamentar el comportamiento, delimitar los ámbitos de trabajo y evaluar la sustentabilidad de una intervención foránea en su cultura.

Quizás la mejor manera de ayudar y que nuestra intervención tenga un peso positivo a fin de cuentas sea recordar aquello de “enseñar a pescar en vez de dar un pescado”. Si no dispongo de al menos tres meses de tiempo para permanecer y adaptarme-adaptarlos, quizás sea más valioso encontrarme con los responsables de la comunidad para ofrecerles mi ayuda, transmitirles mi conocimiento para que ellos lo moldeen a las necesidades de la gente. Y fundamentalmente aprender de ellos, para retirarme enriquecido como un valor agregado y no como un propósito en sí mismo. Buscar la situación ideal en la que todos ganemos, para que nadie se vea afectado emocional, ni mucho menos físicamente.

Cuanto más trascendente sea mi aporte más importante será que pueda mantenerse en el tiempo, y no hay mejor vehículo para eso que el personal propio de la comunidad.

No podemos extender nuestra ingenuidad y pretender que todo el trabajo correcto se haga de un lado del mostrador. Ahí es donde empieza la responsabilidad de cada uno como potencial voluntario: conocer la realidad de la comunidad que vamos a visitar y utilizar como única bandera la de un turismo sustentable.

  • Victoria Sánchez Mércol conlospiesporlatierra.com

    La llaman Vito y a ella le gusta así. Ya cuando sintió curiosidad por estudiar el cuerpo humano comprendió que lo más asombroso siempre sucede más allá de lo que está a simple vista. Hoy trabaja con el top 5 de las enfermedades de la infancia mientras de a poco se deja seducir por los poco transitados caminos de las medicinas del Oriente y el Yoga. Fotografía y escribe en conlospiesporlatierra.comSu recorrido inició en La Rioja, Argentina, y nadie sabe dónde puede terminar.

Showing 2 comments
  • Tati Caminando Por el Globo
    Responder

    ¡Vito me hiciste emocionar muchísimo! Es muy bueno esto que contás, yo no lo sabía y está perfectamente explicado.

  • Ludmila Greco
    Responder

    Estamos en Camboya ahora y es muy cierto esto que contás. Nos pasó de estar caminando entre los templos de Angkor y se nos acercaron para invitarnos a participar en algunos de estos supuestos voluntariado que lejos de ayudar siguen reforzando mecanismos bastante perversos.
    A seguir apostando a un turismo mucho más responsable!

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