La mesopotamia desde adentro

Cuando se planifica un viaje, las guías turísticas parecen ser grandes aliadas para ayudarnos a marcar el norte de cualquier aventura. De este modo delimitamos el recorrido siguiendo a rajatabla lo que alguien nos dijo que conviene conocer ¿Cuál es el resultado? Un mapa comprimido dónde sus puntos intermedios se vuelven invisibles y hasta intocables: nadie los conoce y nadie se anima a conocerlos.

Cuando elegimos recorrer la Mesopotamia argentina en bicicleta, abandonamos por unos cuántos kilómetros las rutas principales y nos adentramos en sus venas de arena, tierra y barro. No quisimos seguir una línea recta sino todo lo contrario: nuestro plan consistió en conectar pequeños pueblos, aldeas de inmigrantes y antiguas colonias  poco conocidas.

Los pueblos de Entre Ríos

Ibicuy: Lejos de tener avenidas asfaltadas, las calles están cubiertas de arena blanda . El centro tiene cuatro cuadras y los mercados sólo están abiertos por la mañana y por la tarde: al mediodía las persianas se bajan para el bendito momento de la siesta. La canchita de fútbol es el punto de encuentro obligado donde los chicos corren detrás de una pelota gastada y desinflada. Los lugareños se sientan con sus sillas en la vereda, porque en pueblos como estos, la vida se vive en la calle: es ahí donde todos se encuentran y conversan con el infaltable mate entre las manos. Escuchamos la campana de una iglesia y los lugareños suspenden su rutina para la misa de todos los días: si hay algo que caracteriza al Litoral de adentro es su  ferviente creencia en Dios.

Mazaruca: Un pueblo perdido entre los montes entrerrianos. Al costado del camino vemos un refugio de colectivos abandonados por el paso del tiempo y el desgastante uso. Contamos siete casas y vimos diez personas. Lo que se escucha, además de un silencio de domingo, es música importada: el reggeaton de hoy reemplaza al chamamé de ayer.

Parera: Las casas bordean las vías de un tren que creíamos abandonado, pero a las tres de la mañana nos damos cuenta que el único tren que hoy circula es el de carga. La gente que habita esta localidad tiene rasgos alemanes y sus costumbres culinarias se saborean en el único almacén del pueblo: bocados de manzana asada y budines de pan con pasas de uvas cuyos precios son tan irreales como accesibles (sólo $2 cada uno).

La gente de Corrientes

«Los correntinos son buena gente, van a ver que los van a recibir con los brazos abiertos«. Ésta fue la primera frase que escuchamos ni bien entramos en esta nueva provincia y lejos de ser dicha por alguien local, fueron palabras que salieron de la boca de un entrerriano que ama su tierra, pero que no duda en querer convencer a cualquiera de la hospitalidad de su provincia vecina.

Sauce: Después de pedalear 30 km por caminos de tierra, llegamos a este poblado sin saber dónde poder pasar la noche. En la entrada vemos un puesto de tránsito donde dos mujeres y tres hombres conversan sobre las altas temperaturas de este falso invierno. Uno de ellos, un hombre de unos 70 años cuya piel se nota gastada por el sol y por un largo calendario a cuestas, nos mira con simpatía y nos dice sin vueltas: «vengan pa’ mi casa que pueden armar la carpita en el jardín«.

Perugorría: Pasamos tres días de ruta en pleno monte correntino y al pisar esta localidad coincidimos con la fiesta de San Pedro, su patrono. La plaza está colmada de juegos para niños y de puestos de comida poco autóctona para los adultos: feijoada y paella. Alcanzamos a hacer unos pocos pasos y el director de deportes se acerca con ánimos de bienvenida: en menos de una hora nos avisa que ya tenemos un lugar dentro del club social para que podamos descansar.

Santo Tomé: A veces es necesario tocar puertas para llegar a las personas indicadas. El reloj marca las siete de la tarde y el dinero escasea en el bolsillo, por eso nuestra intención es regatear: debíamos encontrar un hospedaje barato en un lugar donde las habitaciones de los hostels rondan los $300. En un apart hotel escondido en el centro coincidimos con el encargado, cuya única pasión era el ciclismo. Sin vueltas ni dudas nos entrega las llaves de uno de los cuartos sin querer nada a cambio.

El paisaje de Misiones

A simple vista la selva está viva. Se la ve húmeda, intensa, alta. Es el ambiente con mayor biodiversidad del país: se siente en los pulmones y se escucha en las aves que vuelan en todas las direcciones.

Pero si algo hay algo que no se puede pasar por alto es la gran deforestación que desde hace años afecta a este macroecosistema. Es aquí donde las especies nativas están siendo reemplazadas por árboles que en solo 20 años alcanzan la altura suficiente para ser talados.

Según datos oficiales, entre 1998 y 2007 se deforestaron 144.153 hectáreas de selva misionera lo que altera drásticamente el clima de la región produciendo grandes crecidas de los ríos Paraná y Uruguay. Los camiones que trasladan cientos de troncos a lo largo y ancho de la provincia y los aserraderos al costado de la ruta son costumbre en este punto del mapa. La pregunta es: ¿cuál es el límite?

La Mesopotamia argentina es un paisaje digno de ser recorrido. Sólo soltando las guías turísticas conseguimos que el mapa se despliege ante nosotros mostrando sus caminos invisibles, esos caminos puros que muestran realidades sin maquillaje.