¡Allahu Akbar! El drama de los refugiados de Siria

  • por Sebastián Cabrera | Fotografías del conflicto: Freedom House
L

o único que teníamos para defendernos eran esas palabras. ¡Allahu akbar!¹ –Muhammad me mira fijamente.- Y ellos –el ejército sirio- se volvían locos.
-¿Era como su grito de protesta? –pregunté, dubitativo. Él asintió y continuó.

-A la noche, se apagaban las luces y la gente empezaba: “¡Allahu akbar!”, “¡Allahu akbar!” desde las ventanas, y ellos se volvían locos. Ra-ta-ta-ta-ta…

Lo dijo sosteniendo una ametralladora imaginaria entre sus manos y viajé mentalmente a su Latakia natal, y la vi tal como él me la había descripto. Una ciudad sitiada por el ejército de Bashar Al Assad, de pequeñas callejuelas con barricadas en cada esquina, y a él, agazapado contra una ventana, a oscuras, sólo iluminado intermitentemente por el fuego de la metralla proveniente de las calles. Hace tres años que Muhammad vino a Argentina junto a su familia escapando de aquellos bombardeos de madrugada, pero esa larga noche siria aún ensombrece su mirada.

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I- LOS CHICOS DE LA GUERRA

El 3 de septiembre de este año el mundo occidental amanecía horrorizado por la fotografía de un niño ahogado en las portadas de todos los diarios. El drama de los refugiados llegó a la primera plana a través del pequeño cuerpito de Aylan, un nene sirio de 3 años, quien naufragó junto a su familia tratando de llegar a Europa, escapando de la guerra civil de su país. Con una imagen difícil de borrar de nuestra mente, el conflicto había llegado para quedarse.

Para Muhammad la guerra empezó mucho antes, en 2011, con otra fotografía, la de un puñado de chicos de entre 12 y 13 años que fueron secuestrados y torturados por los servicios secretos sirios por haber escrito graffitis en contra del régimen del presidente Al Assad. Muhammad, su hermano, sus vecinos y gente de muchas partes del país, salieron a la calle a pedir justicia. La única respuesta que recibieron fue más violencia, más muerte. Pero fue otra imagen, casi dos años después, la de su pequeña beba Leyan creciendo en medio de una ciudad bombardeada, la que finalmente lo ayudó a tomar la difícil decisión de abandonar el país junto a su familia y venir a vivir a la Argentina.

Guerra, niños y números. Cuando la guerra afecta a los niños, los fríos números parecen tomar otra dimensión. Según el Observatorio Sirio para los Derechos Humanos, en lo que va del conflicto la cifra de muertos supera ampliamente las 300.000 personas, de ellas 11.000 son menores. Las estadísticas no oficiales agregan unos 200.000 desaparecidos. Más de 4.180.000 de refugiados han abandonado el país desde 2011 según el registro de ACNUR (Agencia de la ONU para Refugiados) y otra ONG, Save the Children, completa un panorama desolador: tan sólo desde la muerte de Aylan más de 70 chicos ya se han ahogado en travesías fallidas en el mar Egeo.

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Uno de los tantos bombardeos en Damasco

Datos difíciles de asimilar de una guerra difícil de entender desde este lado del mapa. El mundo árabe de por sí se me ofrece como algo muy complejo, más aún cuando las fuentes de información son medios occidentales que quizás filtran los contenidos en pos de intereses geopolíticos que poco tengan que ver con las vidas humanas que están en juego. Un dictador, un pedido de apertura democrática, torturas, excesos, muertes, resistencia civil, resistencia armada, diferencias religiosas, potencias extranjeras y hasta grupos fundamentalistas islámicos conformaban un cóctel que escapaba a mi entendimiento. Muhammad me lo resumió de manera muy simple:

-Mi sobrino siempre juega con una madera, como si fuera un arma: “¡Pim, pim, pim! ¡Bashar al Assad! ¡Es malo! ¡Es un perro!”. Porque él tenía menos de 3 años, y él vio los tanques, los vio matar.

II- ALMORZANDO CON UN REFUGIADO

Conocí a Muhammad almorzando en su negocio de comida árabe. Su particular acento me llamó la atención, me contó que era sirio y refugiado. A partir de allí comenzó nuestra rutina. Yo pasaba a comer un shawarma, le hacía un par de preguntas y él respondía conciso pero sin esquivar nunca el tema. Conforme pasaban los días, las crónicas periodísticas se me hacían cada vez más palpables. Naufragios, atentados, bombardeos, todo tomaba otra dimensión luego de cada pequeña charla. Como un rompecabezas me iba armando una imagen de Siria con su testimonio, hasta que un día coincidieron noticia y relato. Los diarios hablaban de los ataques aéreos de Rusia y Muhammad de su charla telefónica de la noche anterior con su suegra. Le costó escucharla por el ruido de las bombas. Estaban atacando la universidad. The player will get an wild rose casino & resort jefferson ia array of features such as of the promotions and the game.

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Fue entonces que me animé, le propuse hacer una entrevista para tratar de entender un poco la realidad de esas miles de personas que mostraban los noticieros escapando de la guerra y para mi sorpresa, aceptó sin problemas. Lo único que nos preocupaba era la barrera idiomática y esa dificultad quedó zanjada rápidamente: su madre, Sofía, oficiaría de intérprete. Es que ella es argentina de padre sirio, nació y vivió aquí hasta sus 12 años cuando viajó a Siria junto a su grupo familiar. Allá creció, se casó y formó su propia familia. Se asentaron en la provincia de Latakia, a orillas del mar Mediterráneo. Tuvieron 4 hijos y vivieron en paz y tranquilidad por décadas hasta que estalló la revolución. Luego de casi dos años de conflicto, finalmente aceptó el pedido de un hermano que vive en argentina y emprendieron viaje en el último vuelo civil que partió desde Damasco. Pero no fue un proceso sencillo.

-Llegaron a nuestro barrio con tanques, ametralladoras, aviones… –Muhammad empieza las frases en castellano pero muchas veces las termina en árabe y es entonces cuando interviene Sofía.

-Nos tuvimos que ir, que escapar a otro barrio, a la casa de mi otro hijo. Más tranquilo, a 10 minutos de nuestra casa -En ocasiones su madre simplemente completa las ideas, y en otras se mete en el relato, ofreciendo su mirada. Muhammad insiste en la violencia que estaban viviendo.

-Porque en mi barrio: tanques, aviones, barcos en el mar… ¡Bum, bum, bum! Todo el día.

Estamos hablando en su casa en el Gran Buenos Aires, sentados a la mesa del comedor, Muhammad, su madre Sofía, su cuñado Ahmad y yo. Es una tarde fresca de primavera y los únicos elementos de la escena que nos remiten al mundo árabe son el hiyab que viste Sofía y un mapa de Siria, medio precario, que yo llevé para la nota. Quise saber cuándo habían comenzado a pensar en abandonar Siria.

-Si no fuera por mi hermano, que me llamaba todas las semanas… pero yo no le decía nada a mi familia –Sofía comienza a rememorar esos últimos días en Latakia y su voz se vuelve más triste-. No me quería ir. Pero, a lo último, me sentí responsable. Me dio miedo, y las palabras que decía mi hermano me asustaron: “Dale, que ahora podés, que el día de mañana no vas a poder. ¿Querés ir a vivir a una carpa?” –Hace una pausa, como sopesando lo dramático de la situación- Y entonces los reuní, a todos mis hijos, hijas, nueras, yernos, todos. Les dije: “¿Qué les parece? Si vamos, ¿vienen con nosotros?” y todos dijeron que sí, las cuatro familias. Todos, excepto mi marido. Y mi hermano le fue hablando y hablando hasta que lo convenció.

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Ciudades destruidas y milicias rebeldes

-El 20 de noviembre de 2012 nos fuimos de Siria –Intervino Muhammad.

-Mi hermano nos consiguió las visas permanentes para Argentina, los pasajes y nos mandó a traer. A todos nosotros, mis hijos, nueras, todos.

Puse el mapa frente a Muhammad y le pregunté cómo había sido atravesar un país en guerra, desde Latakia hasta Damasco, su capital.

-Fuimos en bus. El camino estaba lleno de tanques. Nos paraban a cada rato. Teníamos miedo. Las chicas, mis sobrinos, tenían mucho miedo. Teníamos que mostrar los pasaportes a cada rato. –Muhammad describe la escena que se parece mucho a las películas de guerra que alguna vez vi. Le pregunté cómo se sentía en ese entonces, en el recorrido, en el avión, si estaba triste. Se hizo un silencio, la que respondió fue Sofía.

-Estábamos tristes, no queríamos irnos. Él no quería irse. Quería viajar a Turquía con sus amigos, que fueron y empezaron la guerra. Ir a ayudarlos. Si lo dejábamos, él también se iba.

-Porque en Turquía todos se arman en las montañas y desde allí avanzan –Muhammad señala en el mapa-. Nosotros vamos por el mar hasta Turquía. Es más fácil, más rápido. Y después entramos por las montañas hasta el campo de Latakia.

Me contó que allí, en las montañas de la frontera con Turquía, está parte de la resistencia, el Ejército de Liberación Sirio (ELS). Son los militares libres. Había entusiasmo en su voz.

-Ellos querían participar. Si no fuera que saben que Dios los castiga si me hacen llorar a mí –Sofía sonríe con tristeza. Muhammad me mira serio.

-¿En algún momento te arrepentiste de la decisión?

-Sí –dijo casi imperceptiblemente.

-¿Considerás que tendrías que estar ahí?

-Sí, siempre –responde con firmeza. Cuando se trata de hablar de la resistencia sus palabras fluyen más rápido-. Hablo con algún militar de allá y me dicen: “vení, vení”. Porque necesitan gente, necesitan muchachos, porque murieron muchos. Mi cuñado murió, pobrecito, tenía 19 años. Murió allá, en la montaña –me muestra la foto de un muchachito empuñando un rifle-. Tengo muchos amigos que murieron allá. Y yo estoy acá, tranquilo, trabajando. –Había tristeza en sus ojos y en los de Sofía. Necesité preguntar de dónde venía.

-¿Sentís culpa?

-Sí.

La respuesta no se hizo esperar y llenó el ambiente de silencio. Muhammad y su madre estaban llorando, Ahmad permanecía callado y con la mirada baja, como en toda la tarde. La impotencia y la muerte habían llegado a la mesa y ya no se irían. Nuestra charla se encaminaba indefectiblemente hacia la guerra.

III- ES TU TURNO, DOCTOR

En febrero de 2011 ya había caído el gobierno en Túnez y la televisión nos había mostrado en directo cómo las manifestaciones en El Cairo habían terminado con el régimen de Hosni Mubarak. Le llamaban “Primavera árabe” y hablaban de procesos de apertura democrática. Lo que no dijeron los medios fue que los ecos de esos movimientos habían llegado a Siria y en la ciudad de Daraa, al sur del país, unos niños de escuela se convertirían en actores fundamentales de una guerra atroz. “Es tu turno, Doctor” escribió uno en una pared, en referencia al presidente Bashar Al Assad, oftalmólogo de profesión. “La gente quiere que el régimen caiga” decía otro de los graffitis. 12 ó 13 años tenían los niños, ni siquiera eran adolescentes. Los servicios secretos sirios los secuestraron y los torturaron. La gente salió a las calles a pedir su liberación pero la policía reprimió con violencia. Rápidamente las protestas se extendieron por todo el país. Incluso en Latakia.
-De tanto que los hicieron sufrir a esos nenes, murieron. Y ahí salió la gente a la calle –explica Muhammad.
No querían la cabeza de Al Assad, querían justicia. Exigían una reparación. Pero las respuestas que recibieron, me cuenta Sofía, no fueron las esperadas.
-El presidente, en lugar de salir por televisión a pedir disculpas, a calmar al pueblo y prometer justicia, salió haciendo chistes mientras los del parlamento aplaudían. La gente se volvió más loca.

Con el correr de los días las protestas se fueron haciendo cada vez más numerosas y el accionar de la policía cada vez más violento. Muhammad me muestra una fotografía de una manifestación. En ella se ven hileras de hombres rezando tranquilos. Al fondo se los distingue a él y su hermano.

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Muhammad y su hermano rezando en Latakia

-Los primeros días, meses, eran así. Enfrente –señala el espacio delante de ellos, fuera del encuadre- hay más de 10 camionetas Toyota con gente del servicio secreto con ametralladoras. Mirá –ahora señala al primer hombre de la fila- él murió, más o menos murieron 10 personas. Yo estaba con la camiseta de Brasil, al lado mío estaba mi hermano mayor. Rezábamos, queríamos la paz.

Los efectivos abrieron fuego de repente. Tuvieron que correr a refugiarse en las calles de Latakia. No tenían ni armas, ni palos, ni siquiera piedras, y la policía lo sabía. Sólo estaban pidiendo paz y justicia.

-Todos teníamos teléfonos y laptops. Filmamos y sacamos fotos. Fuimos a un negocio que tenía wi-fi muy rápido y directamente mandamos las fotos y los videos a la televisión, al noticiero. Si no, la gente no se enteraba de nada.

Eso pasó en marzo, pero siguió ocurriendo en abril, en mayo. Todos los viernes, semana tras semana, salían a la calle a pedir justicia, paz y, luego, libertad. Muhammad me muestra un video de una de las primeras manifestaciones en su barrio de Latakia. Muchos se cubrían el rostro para que la policía no pudiese identificarlos.

-Mirá, había mujeres, niños. ¿Dónde están las armas?

-Nada de armas –Sentenció Sofía. Muhammad me contó que a la media hora desaparecieron todos porque llegó la policía y comenzó a disparar. Su madre completó la escena.

-¿Sabés? Dos muchachos murieron frente a mi casa. De bien lejos los mataron, con esa lucecita roja –se refería a los rifles con mira láser-. Mi prima, que vive en el centro, me contaba que a la noche escuchaba cómo cargaban los muertos y los tiraban en camiones. ¡Chicos que habían salido pidiendo paz y justicia!

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Multitudinarias manifestaciones a raíz de la violencia

IV- LAS PUERTAS DEL INFIERNO

Camiones con chicos muertos que pedían justicia, eso era la guerra civil. Simple y terrible. Así me lo cuenta Muhammad. Su vivencia es mucho más maniquea que lo que se puede leer del conflicto en los portales de noticias. Su revolución está completamente despojada de romanticismos ideológicos, es absolutamente visceral. Él vio las atrocidades del régimen de Al Assad y eso se tiene que terminar. Le pregunto si no había partidos políticos o cuestiones religiosas detrás. Él niega con la cabeza, su madre responde.

-No, nada. ¿Qué partidos políticos? Tampoco es la religión. En Siria la religión no tiene nada que ver con la guerra. Es el cabeza dura del presidente que no quiere entender.

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En su relato Muhammad se refiere siempre a la gente común como parte de los rebeldes, a veces incluye al Ejército de Liberación Siria (ELS) diciéndoles simplemente «los militares». No nombra otras facciones opositoras pero tampoco las niega ni las descalifica. Le pregunté por el rol del ISIS. Me dijo que eran terroristas, que no tenían nada que ver con la revolución.

-EE.UU. les dio a ellos las armas, la plata, los vehículos. Vinieron de Irak y están en la zona que tiene petróleo -quedaba claro que no le gustaban, pero el principal problema de Siria era otro.

Muhammad me muestra un nuevo video. Se ven personas marchando, pidiendo paz y justicia. De repente se produce una estampida. Habían llegado los servicios secretos. Hay violencia, gente herida. Es su barrio. Un vecino suyo está tirado en el piso sangrando. Sofía se revuelve incómoda en la silla, le pide a su hijo que lo detenga, pero Muhammad insiste. Quiere que yo lo vea. Es su forma de responderme.

-No tiene nada, ni una piedra ni un cuchillo. Nada -completa.

Una y otra vez los reprimían con violencia, y una vez más ellos salían a manifestarse. Sofía reitera que no querían pelear, que marchaban mujeres con nenes chiquitos para que viesen que no buscaban más violencia. Querían que pare. Se hace un silencio. No encuentra palabras para describir el comportamiento del gobierno, tampoco explicación. A medida que avanza la charla, en sus miradas, en el peso de cada frase, noto la impotencia de ver cómo les robaban una vida que sentían perfecta.

-Nosotros estábamos contentos, vivíamos bien, tranquilos -dice Sofía-. Aunque los grandes, los que saben, me decían «¿vos qué sabes?» «Cada paso que das estás pisando a alguien abajo» -se referían a los perseguidos por cuestiones políticas- Pero nosotros ¿qué sabíamos?

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Escenas tristemente cotidianas

En un nuevo video una tanqueta avanza por la esquina de su casa. Suenan disparos. La espiral de violencia no los dejaba escapar. Le pregunté a Muhammad cuándo se había convertido en guerra civil y me dijo que la gente tardó unos seis meses en armarse. Quise saber si él también y me contó que no, que su familia se había opuesto.

Eran fines de 2012 y la situación se hacía insostenible. Ya se habían mudado de barrio. El ejército había montado barricadas en las esquinas. No podían circular sin documentación y, en el caso de Muhammad, prácticamente de ninguna forma. Si salía solo debía volver atravesando casas vecinas para despistar a los oficiales. Sofía había sido rescatada justo a tiempo por su marido de una balacera callejera. Nunca supieron qué había pasado. “Ya era todo un infierno”, me dijo. Imposibilitado de pasar a la resistencia armada, veía como su pequeña Leyan crecía en medio de una violencia escalofriante. Había que tomar una decisión.

V- LA PRIMAVERA ROBADA

Muhammad y su familia pusieron más de 12.000 km de distancia entre los bombardeos y sus niños. No alcanzó. De chico, en Latakia, él jugaba a la pelota, al trompo, a la rayuela, andaba en bicicleta, iba a la playa. En invierno, se divertía viendo las olas que golpeaban contra las ventanas de su escuela, tan cerca del mar estaba. Todo giraba en torno al mar. Hoy esas costas permanecen a la sombra de enormes acorazados rusos. El mundo de su infancia, el que dejó atrás, ya no existe. Los pequeños de su familia crecen lejos de las bombas, pero no escaparon de la violencia.

-Papi –le dice Leyan-, Bashar Al Assad es malo, un animal. Él mató niños.

La niña escuchó de la guerra en su casa y no se lo puede quitar de su cabecita. Su primos, los sobrinos de Muhammad, la vieron con sus propios ojos.

-Mirá Tío ¡Los tanques! ¡Mataron esas personas! –le dijo uno, mirando por la ventana. Esa violencia dejó una marca en ellos que dura hasta hoy. Algunos, en lugar de saltar con la rayuela, empuñan armas imaginarias para matar a Al Assad. Otros, se sobresaltan con cada ruido fuerte. Creen escuchar disparos hasta al cerrar la cortina del negocio. El recuerdo de la guerra los acecha en forma de zumbido. A Muhammad también.

-A la noche, cuando las motos hacen ruido feo, yo me sobresalto, hasta que me doy cuenta de que estoy acá -me explica-. Mi señora también, cree escuchar armas en todos lados. «No, tranquila, es un motor» le digo. Es difícil. Para mis sobrinos más, porque son chicos.

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La nueva fisonomía de las calles

Pero no son sólo los recuerdos, la guerra vuelve con cada llamado telefónico, con cada noticia. No se puede dejar atrás. De poco valen la tranquilidad ganada o la incipiente prosperidad económica ante el dolor de ver que tu país se va quedando vacío.

-Ellos necesitan gente. Gente de todo el mundo va a Siria a ayudar y nosotros acá, tranquilos, trabajando –Muhammad vuelve sobre la incomodidad de haberse ido-. Ése es el problema. ¿Por qué yo acá y ellos allá? Ellos están muriendo y yo vivo acá, tranquilo. Si estamos todos juntos es mejor. Ahora tienen 1.000, 1.500 chicos allá, si tienen 5.000 es mejor. Mejor para mi provincia. Hay mucha gente en Alemania, Suiza, en otros países y nosotros estamos acá… dejamos a Siria sola.

No pueden regresar y sueñan con el día en que Al Assad y su gente se vayan del país. Pero saben que es muy difícil. El apoyo que está recibiendo el régimen por parte de potencias como China y Rusia complica aún más las cosas.

-Rusia mató gente en Latakia, en Homs, en Damasco. Incluso hoy a la mañana hubo un ataque allí –Toma el mapa y señala las costas de su provincia-. Los rusos pusieron barcos frente a Latakia y ayudan al régimen. Si no, después de 5 años, Al Assad hubiera caído.

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Trabajar mientras su pueblo está en guerra es una dura prueba diaria

A Muhammad, que se casó un 21 de septiembre de 2010, la escalada de violencia que se desató en la Primavera Árabe siria lo obligó a un doloroso exilio. Y hoy en día, en esta inusual y fría primavera argentina, tan lejos de su hogar, sólo le queda imaginar un futuro mejor, en el que pueda regresar a su tierra.

-¿Dónde te imaginás creciendo a tus hijos? -le pregunté.

-Allá, si Dios quiere, allá. Si no… -continuó reflexionando en árabe. Sofía lo escucha y cierra los ojos. Luego me explica.

-Me quiere matar ahora con lo que me dice… Él habla con el hermano y están de acuerdo con que de acá a 1 o 2 años tenemos que ir más cerca de Siria, no tenemos que estar tan lejos.

-Turquía es lo mejor. Más cerquita, más gente buena, más del mundo árabe. -Me dice Muhammad convencido.

Acercarse parece ser el único bálsamo posible para tanto desarraigo.

VI- YO SOY SIRIA

Desde que conocí a Muhammad todo cambió. Ver a un refugiado a los ojos es conocer a alguien al que le robaron todo, su pasado, su presente y su futuro. Es involucrarse. Las noticias y las cifras ahora se me mezclan con caras e historias y el conflicto ya no me es ajeno. Las cosas tienen nombre: Latakia, Muhammad, Hamza; y cuando tienen nombre son más difíciles de olvidar. Porque uno de los principales problemas pasa por el desconocimiento. Es más fácil no preocuparse por algo que vemos como extraño, distante a nuestro mundo. Pero Siria no quedaba tan lejos, y a tan sólo 5 cuadras de mi casa los horrores de la guerra se volvieron tangibles.

Camiones con muertos apilados, ciudades bombardeadas, desaparecidos, nenes torturados.
La noche que siguió a la entrevista me costó mucho dormirme, y en mi insomnio pensaba en Muhammad y su familia tranquilizandose entre ellos al escuchar ruidos en la noche.

Camiones con muertos apilados, ciudades bombardeadas, desaparecidos, nenes torturados.
Acaricié la panza de mi mujer sintiendo los movimientos de mi futura hija. Me quedé dormido.

Camiones con muertos apilados, ciudades bombardeadas, desaparecidos, nenes torturados.
Al otro día fui a trabajar, Muhammad también. La vida en Argentina siguió su curso.

Camiones con muertos apilados, ciudades bombardeadas, desaparecidos, nenes torturados.
Desgrabé la entrevista, empecé la nota, seguí leyendo noticias.

Camiones con muertos apilados, ciudades bombardeadas, desaparecidos, nenes torturados.
Mi abuela cumplió 92, votamos para presidente, y hubieron atentados y aviones derribados.

Camiones con muertos apilados,
ciudades bombardeadas,
desaparecidos,
nenes torturados.

Desde aquel día hasta hoy, que estoy escribiendo esto, esas imágenes me persiguen, me asaltan. Es que el horror de la guerra ya forma parte de mí. Y está bien. Es un primer paso. Los invito a hacer lo mismo. No piensen los números solos, a esos más de 4 millones de refugiados pónganles cara, imagínenlos uno al lado del otro. A los más de 11 mil nenes muertos pónganles nombre y una historia detrás, háganlos jugar. Sientan cómo esas ideas crecen dentro de ustedes hasta conmoverse.

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No me resta mucho más para decir.

Camiones con muertos apilados, ciudades bombardeadas, desaparecidos, nenes torturados.

Allahu Akbar se usa para todo -me decía Sofía-. Es como decir Dios mío.

Quizás sólo eso quede, decir entre todos: ¡Dios mío! ¡Hay una guerra en Siria!

 

»Referencias:»

  • 1 Allahu Akbar: expresión árabe cuyo significado es “Dios es grande” o “Dios es el más grande”.
Showing 12 comments
  • ROSA FUENZALIDA
    Responder

    Que buen articulo, bueno porque relatan cosas en primera persona.
    Una pena ver esa desolación, la destrucción de los pueblos, y las perdidas humanas, que es lo mas importante.
    Aun no entiendo cuál es la causa de la guerra esta, deberian pelearla los gobiernos dentro de una oficina.
    Que inutil me resulta tanta muerte y ver que cada día aumentan, y que aún esté sin resolución.
    Lo lamento por las personas y por sobre todo por los niños.

    • Sebastián Cabrera
      Responder

      Muchas gracias, Rosa. Es verdad, es muy duro. Fue muy intenso meterme en el tema y experimentar de más cerca terrible situación. Y es un drama que tiene un pronóstico muy delicado si no nos involucramos a nivel mundial.
      Saludos
      Seba

  • Daniela
    Responder

    Me encantó este artículo! Muchas gracias por compartir, Seba! Mientras lo leía sentía que estaba escuchando la continuación de la historia. Nos tocó estar en Turquía, casi en la frontera con Siria, y es te-rri-ble. Ver a familias enteras recién llegadas sin saber qué hacer ni para dónde ir, con el único objetivo de salvar su vida. A nosotros también nos costaba dormir. Veíamos los chalecos salvavidas de que compraban antes de emprender el largo camino hacia Europa y nos agarraba un escalofrío intenso por todo el cuerpo.
    Duele darse cuenta que es el año 2015 y nos seguimos matando, que en vez de avanzar, retrocedemos, y que el poder y la avaricia de unos pocos se cobran la vida de muchos.
    Gracias por compartir, y esperemos que Muhammad, Sofia, y todos los refugiados puedan volver pronto a su país. Aunque hayan destruído todo, aunque crean que ya no quede nada, aunque haya que empezar de nuevo.
    Me quedo con la frase que vi pintada en la pared en una ciudad de Turquía con muchos refugiados iraquíes, iraníes y sirios:
    «Ideas are bulletproof»
    Saludos!

    • Sebastián Cabrera
      Responder

      Gracias, Dani! Es terrible lo que contás de los salvavidas. Imposible no asociarlo con Aylan y tantos otros… Muhammad me decía que hay muchísimos profesionales viviendo en el exterior esperando para regresar a reconstruir su país. Ojalá llegue el día en el que puedan hacerlo.
      Abrazo grande

    • Pablo Garcia
      Responder

      La foto que subieron una vez de los salvavidas en la pared fue tremenda!

  • Flor Zaccagnino
    Responder

    Gracias Sebas, impecable la nota, la entrevista, las fotos.
    Dolor, llanto, tristeza. No somos ajenos. No podemos ser ajenos.

    • Sebastián Cabrera
      Responder

      Gracias Flor. Ojalá no les demos la espalda. Ojalá podamos ayudar de alguna manera. No queda mucho por decir…
      Saludos

  • Gonzalo
    Responder

    Es un artículo estremecedor que te llega… realmente bueno. Invita a reflexionar sobre cómo al siglo XXI la humanidad continúa combatiendo ideales con armas… Tan inservible tanta muerte y miseria, daños tan irreversibles a millones de personas. Felicitaciones por el artículo, pero más importante, felicitaciones por compartirlo.
    Ojalá llegue el día en que ya no sucedan cosas así.
    Abrazo.

    • Sebastián Cabrera
      Responder

      Gracias Gonzalo. Realmente uno se queda sin palabras, entre que empecé a escribir el artículo y hoy que te respondo, siguen pasando atrocidades. El otro día pasé a saludar a Muhammad para avisarle que salía la revista y me mostró la foto de un amigo que acababa de morir esa mañana en las motañas… No supe qué decir, bajé la vista y le estreché la mano. NO se me ocurrió otra cosa. Es una situación desesperante la de Siria.
      Abrazo

  • Sandra
    Responder

    ¡Dios mio! ¡Hay una guerra en Siria!

  • Jhonnathan
    Responder

    Es un buen articulo, aunque, viniendo de un militante del FSA dudo que esté diciendo la verdad por completo.Sería muy conveniente recoger el testimonio de la contraparte para tener una versión diferente y conocer los dos lados de la historia.No sólo el lado que los «rebeldes» salafistas quieren mostrar.

    • Sebastián Cabrera
      Responder

      Hola Jhonnatan, qué tal? Muchas gracias por tu aporte. Seguramente en un conflicto tan largo y complejo como el de Siria existirán muchas versiones y visiones. Mi artículo lejos está de pretender dar una visión totalizadora sobre el asunto. Se trata, más bien, de un retrato de cómo vivió Muhammad y su familia el conflicto en carne propia y lo que sintieron al tener que abandonar su país. Y yo no puedo poner en duda lo que alguien me cuenta mirándome a los ojos y envuelto en lágrimas. Esa es su verdad y así quedó plasmado.

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