La nueva China

  • por Lucas Fernández Canevari

“Tuve la suerte de equivocarme y el error es la esencia del relato del viajero.”

Paul Theroux

I – Los tontos

Recién ahora puedo empezar a desmenuzar aquello que sucedió una noche de principio de otoño en Siberia. El frío ya se hacía sentir. En la mesa había dos rusas, un chino, Ludmila y yo. Aunque para ninguno era su lengua natal, todos nos comunicábamos en inglés excepto el chino. Entonces comenzamos a nombrarle palabras que sabíamos en su idioma. Nastia, una de las rusas, casi sin darse cuenta dice yúchǔn, que significa en mandarín tonto. ¿Habrá interpretado bien que son las pocas palabras que sabemos? Tomó su celular, abrió su traductor y nos mostró lo siguiente: “No es nuestra culpa, el gobierno nos hizo así”. Se hizo un silencio incómodo. Pero eso dio el pie para seguir nuestra conversación por otro lado. Le hacíamos preguntas, el celular traducía, el escribía la respuesta y el celular volvía a traducir.

Aquél hombre decía que la economía china no crecía tanto, que no estaban tan bien, que lo único que mantenía en pie a China era la construcción, que estaba lleno de pueblos fantasmas con grandes edificios que nadie los habitaba. Todos los comentarios eran económicos. Por ese entonces, si bien todavía estaba en Rusia, mis lecturas oscilaban entre historia y literatura china más algún que otro libro de viajeros que recorrieron el país. Iba de a poco empapándome en esa cultura milenaria. Tomé las respuestas del chino como de alguien opositor al gobierno, que no estaba contento con las medidas económicas. No mucho más.

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II – Ciudades fantasmas

Entré a China expectante. Desde chico que soñaba con esta tierra exótica de las dinastías Ming y Qing. Tierra famosa por los dragones, sus filosofías y sus grandes inventos (papel, brújula, paraguas, pólvora, tinta, imprenta, y tantos otros más). Una cultura que tiene miles de años, fue contemporánea de grandes imperios y hasta incluso comerció con muchos de ellos.

Con una sonrisa y el sello en mi pasaporte di mis primeros pasos en territorio chino en la ciudad fronteriza de Erenhot. Es común que lo primero que llame la atención al viajero sean los carteles, con sus caracteres que no nos dicen nada.

Kapuscinski, aquél cronista polaco que viajó a China en 1957, decía al respecto del idioma:

Y, sobre todo, no conocía la lengua. Es cierto que, por mi propia cuenta, había empezado a estudiarla desde el primer momento. Es cierto que había intentado atravesar la jungla de los jeroglíficos e ideogramas chinos, pero no tardé en llegar a un callejón sin salida: la polisemia. No hacía mucho había leído en algún lugar que existían más de ochenta traducciones inglesas de Tao Te King (la biblia del taoísmo) y que todas eran competentes y fehacientes y, al mismo tiempo, ¡diametralmente distintas! Se hundió la tierra bajo mis pies. No, pensé, no me las arreglaré, no podré con esto. Los ideogramas bailaban ante mis ojos, parpadeaban y titilaban, cambiaban de aspecto y posición, modificaban sus relaciones y ligazones, sus configuraciones y dependencias, se multiplicaban y se dividían, formaban pilones y columnas, unos sustituían a otros.

Al igual que el periodista polaco yo también estaba perdido en aquella jungla de jeroglíficos. Trataba de buscar algún patrón que me permitiera diferenciar lo que podía ser un supermercado de lo que podía ser un zapatero, pero muchos locales estaban cerrados. Encontraba caracteres que se repetían pero nada que me indicara qué era cada negocio. Por suerte no necesitaba ni comprar comida ni arreglar mis zapatos.

Kapuscinsky llegó a China en plena campaña de las Cien Flores. Esta idea de Mao llamaba a los opositores al régimen a hacer criticas constructivas para mejorarlo entre todos. La propuesta tuvo una gran acogida y llegaron millones de cartas de todo el país. Algunos dicen que se trató de una trampa, otros que no les gustaron las cartas que leyeron, lo cierto es que medio millón de chinos fueron acusados de desviacionistas y por consiguiente reeducados. OnlineCasino is very active with social games. Esto quiere decir que fueron humillados, despedidos de sus trabajos, enviados a campos de trabajo forzados, torturados y hasta asesinados.

«Tomó su celular, abrió su traductor y nos mostró lo siguiente: No es nuestra culpa, el gobierno nos hizo así”.

Yo llegué en otro momento, en una China que se presentaba como futuro, como la próxima gran potencia económica. Y mi plan era mucho más sencillo: hacer dedo hasta Datong. Primero debía cruzar caminando la ciudad de Erenhot, que en el mapa no se veía muy grande. Primer error. Todas las ciudades en chinas son gigantes. Había enormes edificios y anchas avenidas, pero todo sospechosamente vacío. Tuve la sensación de recorrer un pueblo fantasma. La poca gente que se veía en la calle no se correspondía con toda la infraestructura del lugar.

III – La gran muralla

Uno a veces reconoce los personajes interesantes para conversar ya sea por la ropa, por la cara o simplemente por la mirada. Otra veces uno se confunde. A la vuelta de la muralla china, aquel gran monumento a la incomprensión humana, me lo crucé. Estuvimos primero en la parte antigua de la muralla china, hoy destruida y descuidada, y luego fuimos a la parte renovada. Una parte tenía piedras amontonadas conquistadas por la naturaleza pero llenas de historia, la otra parte piedras prolijas con miradores y letreros en inglés ¿Era la misma muralla? ¿Cuál era la más legitima?

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Volviendo al sujeto, tenía alrededor de 65 años, el pelo canoso y largo, y una barba al estilo chino, que sólo crece en el bigote y en el mentón. Era profesor de inglés, por lo tanto el idioma no era un impedimento.

Todo el viaje de vuelta en el autobús estuvimos charlando. Sobre él, sus viajes por toda China, sus ganas de escribir un libro, por qué a los chinos les cuesta el inglés, su familia. Después de Beijing se iba para Manchuria, a Harbin. Me invitaba a viajar con él.

Cuando le pregunté por cómo vivió los años de la revolución cultural su cara cambió. “Esos no son temas para hablar en un lugar público”. No me respondió sobre eso, ni sobre Mao, ni sobre el partido comunista.

Bajamos del colectivo, me volvió a invitar a ir con él y nos despedimos. Acababa de perder la oportunidad de escuchar un testimonio sobre la Revolución Cultural.

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Esa noche me perdí entre los hutongs –pequeñas y estrechas callejuelas laberínticas y antiguas donde la gente suele pasearse en bicicleta y el ruido de las grandes avenidas queda lejos- de Beijing. Me senté a comer unos dumplings y a leer el libro «Balzac y la joven costurera» del escritor chino Dai Sijie. Me encontré con el siguiente párrafo:

En la China roja, a finales del año 1968, el Gran Timonel de la Revolución, el presidente Mao, lanzó cierto día una campaña que iba a cambiar profundamente el país: las universidades fueron cerradas y los «jóvenes intelectuales», es decir, los que habían terminado sus estudios secundarios, fueron enviados al campo para ser «reeducados por los campesinos pobres».

Más adelante se preguntaba cuál era la verdadera razón que había impulsado a Mao a tomar semejante decisión. La conclusión de Dai Sijie fue que Mao odiaba a los intelectuales.

La respuesta que da en su novela es medio vaga y poco fundada. Pero el talentoso periodista italiano, Tiziano Terzani, tiene una explicación un poco más desarrollada:

El viejo Mao se da cuenta de que todas las revoluciones acaban por degenerar, al igual que todas las religiones acaban por institucionalizarse, por aferrarse a sus costumbres y protegerse a sí mismas en lugar de avanzar, de abrir cauces nuevos; en vez de eso, él quiere avanzar, quiere seguir buscando un cauce distinto. Y cuando sus opositores empiezan a decir: «Ahora hace falta un poco de racionalidad, hay que aprender también de Occidente», Mao hace un llamamiento a los jóvenes y los lanza contra esos viejos que, sentados, quieren hacer una China más racional, más moderada.

Lo cierto es que yo estaba en el lugar de los hechos con ganas de escuchar cómo se vivieron esos años de persecución e injusticias donde obligaban a los profesores acusados a llevar bonete con la leyenda “burro”, donde se destruyeron cientos de templos y donde los musulmanes fueron obligados a criar cerdos en las mezquitas.

Era difícil encontrar un viejo que hablara inglés, y había perdido una oportunidad. A partir de ahí los jóvenes empezaron a ser mi apuesta.

IV – Examen de ingreso

Descubrí que en China es muy sencillo hacer couchsurfing. Muchos chinos jóvenes alojan turistas con la intención de entrar en contacto con extranjeros. Pero mi primera experiencia en el gigante amarillo fue en la casa de un gallego, profesor de español en una universidad.

Cuando le pregunté por cómo vivió los años de la revolución cultural su cara cambió. “Esos no son temas para hablar en un lugar público”.

Lo primero que me llamó la atención de él fue su capacidad para hablar chino. Hacía cuatro años que estaba en el país y había llegado sin saber nada. Es que aquél idioma resultaba imposible para mí. Siempre cuando viajo anoto algunas palabras claves para lograr llevar una mínima conversación. En China me fue imposible. Cada frase que decía era incomprendida. El idioma chino tiene cuatro tonos, y una pronunciación distinta genera una palabra totalmente nueva. La experiencia más clarificadora fue haciendo dedo camino a Beijing. Los autos que paraban me decían: Nǐ qù nǎlǐ (¿A dónde vas?) Bei-jing respondía yo. Me miraban, no me entendían. Repetía cambiando el tono Beí-jǐng, seguían sin entenderme. Al cuarto o quinto intento adivinaban que quería ir a la capital del país diciendo: ahhh Běijīng.

Mientras en el restaurant nos traían una gran olla con agua caliente donde íbamos a cocinar nuestra cena, escuchaba atento cómo el español se explayaba sobre las exigencias de la enseñanza primaria. A medida que hablaba me acordé de algún que otro niño, con los ojos cansinos, viajando a la noche en el metro. Las clases, el estudio y los profesores particulares les insumen, dependiendo el caso, hasta dieciséis horas al día. Todo para prepararse para el tan famoso y temido gaokao. Es el examen de ingreso que determina a qué universidad pueden acceder (si es que acceden), qué estilo de vida van a tener, qué trabajo van a poder conseguir. Todos sus años de estudio están enfocados en ese examen.

Los días del examen gran parte de China se paraliza, algunas calles se cortan, los taxis para los alumnos son gratis y los padres esperan angustiados mientras depositan toda la presión y esperanza en sus hijos únicos. Y los pobres chicos van a rendir con todo el peso encima después de haber vivido encerrados en sus cuartos memorizando exámenes anteriores. Durante el último tiempo duermen poco y nada y consumen cualquier tipo de bebida energizante. Las frustraciones y los suicidios son comunes. El sistema es perverso.

Trataba de agarrar con los palitos chinos un hongo que se me había caído al fondo de la olla mientras me decía que la universidad donde trabajaba no era muy prestigiosa. Y los chicos que ingresaban iban a relajarse. Pocos estudiaban, muchos se copiaban, el objetivo era esforzarse lo mínimo posible y poder recuperar parte del tiempo perdido. Además, conseguir trabajo, no dependía de lo que hayan estudiado, sino de sus contactos. Por eso abogados trabajaban de contadores en los bancos y me contaba de programadores que habían estudiado arte.

V – La chica del shopping

Si usted agarra un mapa de China, verá, con un poco de esmero, escrito con letras chiquitas el nombre Xuzhou. Es una ciudad que parecía pequeña en el medio de la gran China. Desde el peaje donde una amable pareja de ancianos me dejó, tardé dos horas en autobús hasta el centro de la ciudad. Ahí me encontré con el segundo couchsurfer, un chino de anteojos de unos treinta y pico de años que trabajaba como ingeniero civil en la construcción de puentes. No soltaba su celular ni para comer. Era medio miope. Cada segundo tenía una pantalla bastante grande pegada frente a sus ojos. A cada pregunta un poco más histórica que le quise hacer respondía con un «no sé». Se excusaba que no sabía mucho inglés.

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Tenía una novia, a la que nunca conocí.

-¿Por qué no viven juntos? –le pregunté.

-Estoy esperando que termine la universidad –me respondió mientras se zambullía en el celular.

-¿Y qué tipos de cosas hacen juntos?

-En china las parejas solemos hacer tres cosas: ir al cine, ir a los parques o ir al shopping –sin sacar los ojos de la pantalla.

-¿Y a vos cuál te gusta más?

-A ella le gusta el shopping, pero me hace gastar mucha plata. –levantó la vista por primera vez en la cena– Una vez un chico no le quiso comprar un celular a su novia porque era muy caro. Ella se tiró desde el piso más alto del shopping. –Volvió a bajar la cabeza.

-¿Tenés miedo de que te pase lo mismo?

-Por las dudas yo siempre le compro de todo.

VI – La moda

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El punto de encuentro en Shanghái fue en un shopping. Las dos chicas que me alojaron tenían un apodo occidental y nunca quisieron decir su nombre chino. Las dos trabajaban para empresas multinacionales, eran secretarias de algún extranjero y hablaban muy bien inglés. Ésa era su mayor capacidad laboral. Las dos viajaron fuera de China y las dos soñaban con casarse y tener una linda familia en una casa grande con un perrito, pileta y auto. Aunque aseguraban que si era por ellas preferirían no tener hijos, el cuerpo cambia mucho y el parto es doloroso.

No perdí el tiempo y fui al grano, les pregunté por la Revolución Cultural que llevó a cabo Mao. No sabían de qué estaba hablando. Sospeché que mi traducción al inglés de cultural revolution no era la correcta. Busqué la traducción al chino. Afirmaron que entendieron la pregunta, pero que no sabían por qué había preguntado eso.

-Eso pasó hace mucho tiempo. A nadie le importa la historia. Todos los gobiernos se equivocan pero ahora ya estamos mucho mejor. Lo viejo, está pasado de moda. Ahora la gente tiene más plata. Podemos cambiar el celular y viajar al exterior, aunque no tenemos mucho tiempo.

Me dieron un mapa con puntos de interés marcados por ellas. La mayoría de los sitios eran mercados de diseño independiente, shoppings y zonas de bares con onda. Casas de alta moda y de vestidos ridículos con precios absurdos. Para ellas era lo mejor de Shanghái. Yo le encontré mucho más encanto a los jardines perdidos en la jungla de edificios, los mercados al aire libre y al barrio francés que me evocó a Buenos Aires. Los días que visité la ciudad convertí en mi refugio una cafetería que estaba llena de libros viejos en chino. Por lo general era la única persona ahí dentro.

VII – Retirada

Desolado, incomprendido. Así salí de China, con ganas de irme. Nadie puede juzgar los designios de los pueblos, pero mi percepción de país formada gracias a lo que había leído y visto previamente quedó totalmente deformada.

La idea que muchos formamos de una China avanzada y, a la vez, milenaria ya no existe más. La Revolución China que rescató de la hambruna y el olvido a millones fue la misma que terminó sepultando sus saberes milenarios. La cultura que inventó el papel, la brújula, el paraguas, la pólvora, la tinta y hasta la imprenta fue desintegrada por la Revolución Cultural. Los guardias rojos destruyeron templos, libros, arte, historia. Destruyeron la China vieja y su cultura. Tiziano Terzani en su libro “El fin es mi principio” dice:

Pero esto “viejo” son las raíces de China; sin esto “viejo”, China dejaría de ser China. Y, de hecho, hoy China ya no es China, desde que aquel criminal suprimió las raíces de su antigua cultura. En lugar de hacer un comunismo o un socialismo chino, Mao quiso destruir todo lo que era chino para crear una sociedad completamente nueva. Y eso es espantoso, acabó por destruir China.

Los jóvenes poco interés tienen en recuperar lo “viejo” de China. Mi negligencia me llevó a buscar algo que no existe, o que no supe encontrar. La juventud china desconoce el mundo que habita, desconoce qué hay detrás de las fronteras de China. La presión que el gaokao tiene sobre ellos parece lograr una generación donde su única preocupación es hacer la fila para comprar el nuevo iphone. A los jóvenes la historia pasada no les interesa, les parece aburrida. La historia presente ni la conocen. No opinan de política, total tienen solamente un partido y no pueden votar. No hablan de derechos ni obligaciones. Pasan los días sin pensarlo. Su revolución es la del consumo y su mártir es una chica que se arrojó del piso superior del shopping para “aleccionar” a novios tacaños, para decirles que el dinero hay que gastarlo.

Las nuevas generaciones me parecieron tan vacías como aquella ciudad fantasma que en mi primer día crucé caminando. Me tomé el metro hasta la frontera con Hong Kong y dejé China atrás. Por lo menos por ahora.

Para consuelo de los nostálgicos muchos templos y lugares de interés fueron reconstruidos, pero se nota la mano nueva que les dieron.

Parecen una copia china barata.

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Showing 5 comments
  • jorge ruibal
    Responder

    muy bueno e instructivo el relato de viaje, aunque la verdad debo confesarte que destruyo mi ilusion de conocer china. para ver lo que contaste perfiero ver lugares donde al menos parte de su historia y su orgullo de raices sigue vigente.
    debe haber sido duro tambien para vos. yo hubiera ido con las mismas ilusiones y con la misma curiosidad de como se ha vivido ese periodo que tuvo influencias mundiales.
    es una pena que un pais milenario y de tradiciones tan maravillosas pierda totalmente su identidad.

    muchas gracias por el relato.!!!! y a seguir viajando.
    jorge

    • Lucas Fernández Canevari
      Responder

      Gracias Jorge. Perdón por el spoiler. Muchos me decían que la historia y la cultura se trasladaron a Taiwan cuando dónde la realeza se refugió. Igualmente en China deben quedar lugares. Creo que hay que saber buscarlos de antemano. En unos meses voy a volver. Espero que la segunda parte tenga otro sabor.
      Abrazo!

  • Isabel
    Responder

    ¡Hola Lucas! ¡Qué interesante tu crónica sobre la nueva China! Hiciste muy bien en intentar preguntar por la Revolución Cultural, aunque a la vez no me sorprende nada que la gente o se negara a hablar de ello o te dijeran que ya no importan esas cosas del pasado.. Es muy triste, pero bueno, tal vez haya que rebuscar un poco más hasta dar con alguien que sí se interese por estas cosas. Hay muchísimos libros de gente que vivió en esa época y que ha escrito su biografía, así que es algo que a su manera sí importa.

    Hace poco traje a una amiga china a Cuenca, y mi tío le preguntó, directamente, qué pensaba ella de Mao. Ella respondió que no tenía una opinión, y es que en realidad no me sorprende, teniendo en cuenta que no creo que estudien esa época en la escuela, y que en su casa solo se debe hablar de dinero y estudios.

    Supongo que en España eso también pasa; si preguntas a los adolescentes qué piensan de la época de Franco, la verdad es que no sé qué respuestas encontrarías..

    ¡Un saludo y enhorabuena por este artículo!

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