Vang Vieng más allá del tubing

  • por Mariana Mutti
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uando fui a Laos por primera vez, en 2012, me escapé de Vang Vieng. En realidad, no literalmente, porque no fui, decidí no ir, preferí escaparme de todas esas cosas que escuchaba, que poco me interesaban y que, sobre todo, no tenían absolutamente nada que ver con el viaje que estaba haciendo. En aquel momento, esa ciudad laosiana era famosa por el tubing. Los jóvenes iban a Vang Vieng especialmente (y casi como única razón) a emborracharse y tirarse en gomones por los rápidos del río Nam Song. Por cada vez que se tiraban les entregaban una pulserita de color que coleccionaban como trofeos y mostraban orgullosos a cada quien se cruzaban. Me cansé de ver gente compitiendo por quien tenía más o por quien era el que mayores riesgos había corrido. Sinceramente, me parecía estúpido. ¿Cómo es que hay gente que viaja miles y miles de kilómetros solamente para tomar alcohol? No lo entendía en ese momento y, por supuesto, con unos años más, lo entiendo menos ahora. El tubing y su mala fama – lamentablemente es una actividad que se cobró varias vidas no solo por la irresponsabilidad de quienes la fomentan sino también de quienes la practican – hicieron que creyera que Vang Vieng era solo eso.

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Volvimos a Laos en julio de este año y Nico (mi compañero de viaje y de vida) me convenció para ir a pasar unos días. Yo seguía un poco reacia a encontrarme con el panorama tan desalentador que había cuatro años antes, pero – por suerte – soy de las que creen que las segundas oportunidades son buenas y hasta a veces necesarias. Esta vez, no la dejé pasar y puedo decir que de todos los lugares que visité durante el último tiempo, Vang Vieng es el que más sonrisas me sacó. Ya en la ruta había indicios de que no todo era como yo pensaba. Lo primero que me llamó la atención fueron sus colores – tan verdes, tan vivos -, su entorno natural y sus paisajes. Nunca hubiera imaginado que la ciudad a la que tanta gente llegaba para descontrolarse a mí me podía transmitir tanta paz.

Vang Vieng está dividida en dos por el río Nam Song y sus perfiles se conectan por un puente. Son bien diferentes entre sí. De un lado, está la ciudad propiamente dicha: chiquita, con algunas calles de asfalto partido y otras de barro húmedo, donde están los hoteles baratos, los restaurantes que pasan capítulos de Friends las 24 horas del día, los bares que intentan llamar tu atención con free drinks y los clásicos puestos de baguettes, panqueques y jugos de frutas. Del otro, está todo eso que nadie me había contado: su magia.

Info

El turismo mochilero en los últimos años ha tenido un «boom» en el Sudeste Asiático a tal punto que se ha generado una ruta de ciudades y actividades que «se deben sí o sí realizar» en un viaje por aquellas tierras que se multiplica en decenas de grupos de facebook y blogs. El «Banana Pancake», tal es el nombre de esta ruta, por supuesto incluye hacer «tubing»en Vang Vieng.

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Vang Vieng está plagada de formaciones kársticas que te dejan sin aliento y de la naturaleza más viva que haya visto en mucho tiempo; simplemente te envuelve, te atrapa y las mariposas en la panza mueven sus alas con más fuerza que nunca. La primera mañana alquilamos unas bicicletas y decidimos perdernos entre las montañas, los campos de arroz, las cuevas y las vacas que cortan el camino con su andar tranquilo y despreocupado. Cada paisaje se parece al anterior, pero tiene algo diferente. El cielo empezó a ponerse negro, una tormenta amenazaba con arruinarnos el paseo y, sin embargo, la postal era cada vez más hermosa. El contraste del cielo y la tierra creaba una paleta de colores impensada, espectacular. Ni el mejor pintor hubiera podría recrear esa imagen llena de armonía, de equilibrio, de pureza, de realidad. A medida que pedaleaba no podía dejar de pensar en cómo el impacto humano es capaz de destruir todas esas cosas lindas que nos regala la Pachamama, de lo mucho que tenemos por cambiar y de lo necesario de ese cambio. Sigo pedaleando, respiro hondo y siento como el aire puro, tan puro, me invade los pulmones. No puedo creer que la ciudad haya adquirido fama por la fiesta y el alcohol y no por su belleza, que es tan verde como intenso el arcoiris que nos regaló al despedirnos.

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De un lado… los restaurantes que pasan capítulos de Friends las 24 horas del día, los bares que intentan llamar tu atención con free drinks y los clásicos puestos de baguettes, panqueques y jugos de frutas. Del otro, está todo eso que nadie me había contado: su magia.

Hoy, por suerte, el tubing dejó de ser lo que era y, aunque todavía hay quienes van a practicarlo y sigue estando presente el ambiente de fiesta, drogas y alcohol, Vang Vieng poco a poco empezó a ser reconocida por su verdadera esencia. Yo, por otra parte, aprendí que a veces no hay que dejarse engañar por el disfraz que nos venden y que es mejor dejar atrás los pre-conceptos que nos forman para evitar perdernos lugares que pueden quedarse tatuados para siempre en el alma.

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  • Mariana Mutti

    Desde chica supo que quería escribir y a medida que fue creciendo los viajes familiares le hicieron entender que además tenía otra pasión: ver el mundo. En 2011, después de terminar la carrera de Periodismo, hizo su primer viaje sola y, entre otras cosas, decidió convertirse en viajera a tiempo completo. Vive cada lugar con intensidad, le encanta hablar con la gente y probar comidas que enamoren a su paladar. Cuenta sus historias y experiencias en Bitácora Viajera.

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