- por Dani Keral
No puedo evitarlo.
Es como una droga, como un oculto campo magnético que dirige mi mirada buscando los caprichos que ella dibuja en el aire.
Ella me mueve. Ella «me viaja».
Cuando tengo que dar una respuesta sobre qué es lo que me provoca el querer viajar, acuden a mi mente diferentes y poderosas razones. Y ella es una de las que están detrás de todo: la LUZ.
Si alcanzo el lugar más boreal o el desierto más caliente de la Tierra es por verla a ella. Por ver cómo la luz dibuja todo a su gusto y antojo: viajo por el mundo para ver las diferentes caras que tiene la luz a lo largo y ancho de la Tierra.
Hay luces ardientes, que calientan con solo mirarlas; luces tímidas que, apenas las atisbas, se disipan y se esconden de tu mirada, hay luces que son frías como témpanos, heladoras como una frase mal pronunciada en el momento menos indicado.
Hay luces que son artistas, que escriben versos y pintan lienzos sobre la tierra y sobre el agua.
Hay luces que son duras, pesadas, incluso crueles sobre el que las recibe. Hay luces que están hechas del mismo color que los sueños de las noches de invierno.
La luz siempre es el motivo por el cual un lugar se queda grabado en un lugar profundo situado entre mi corazón, mi cabeza y mi alma.
Y justo desde ese lugar, ese espacio recóndito y oscuro que ni yo mismo sé reconocer, es desde el que vino el más sublime de todos mis encuentros.
Y no fue el de la luz, si no el de su ausencia.
Ocurrió en un lugar en el que la luz es tan especial como la tierra y la naturaleza que la acompañan. Un lugar que se sitúa mucho más lejos que lo que la mente humana es capaz de imaginar y donde la Tierra casi llega a su cenit: la isla polar de Svalbard.
En ese lugar, los paisajes que se abren ante ti son como estar recién salido de una máquina del tiempo, transportado a otra época, a otra era, más lejana, más silenciosa y con menos humanos.
Tras encontrarte frente a esos lugares, parece que no puedes esperar más emociones que las que ya te ha evocado ese viaje en el tiempo. Llegas cansado pero feliz a refugio y, en cualquier otro lugar, lo harías con la luz despidiéndose de ti hasta la siguiente alba, porque ya no tendría nada más que ofrecerte.
Pero no, aquí no. Porque justo cuando acude la noche es cuando ella aparece más potente, más orgullosa, más extraterrestre: más bella.
Cuando la ves sabes que la has estado esperando durante toda tu vida. Pero aun así no puedes creerlo. No puedes creerla.
Caprichosa como una estrella de Hollywood, aparece cuando ella decide hacer acto de presencia. Y abajo, los humanos, los terráqueos, la esperamos con suprema paciencia.
Una brizna primero, un fogonazo después… y comienza el espectáculo. El frío, que es mucho y penetrante, ya apenas existe. Solo existe ella… Y casi no te lo crees, ahí arriba, danzante, efímera, etérea… terrestre pero alienígena, fruto de un grupo de electrones con ansia de ser estrella…
La aurora boreal es quizá, de esos espectáculos que, por mucho que te expliquen cómo funciona, preferirás quedarte con la dulce ignorancia de su contemplación o, como mucho, con la explicación inocente que dibuja tu cabeza.
De esta forma, el viento solar que la provoca pasa a ser un dibujo dentro de tu mente donde el astro rey sopla con unos labios fulgurantes una brizna de luz amarilla y poderosa que, al chocar contra los polos de esta pelota que habitamos y se llama Tierra, se convierte en una serpiente danzante de colores verde, blanco o violeta.
Hay quienes, aun así, preferirán la explicación científica por la cual entienden por qué es durante la ausencia de luz el momento en el que esta se convierte en Aurora.
Pero en cualquier caso, sean unos o sean otros, hay una sola cosa que importa: una vez la has visto bailar sobre tu cabeza solo querrás volver a encontrarte con ella, con la luz, con su magia…
…y con su ausencia.
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Dani Keral
Dani Keral es fisioterapeuta a ratos, artista y viajero en alma a tiempo completo. Sueña, viaja, crea y escribe a través de unviajecreativo.com, intentando siempre mostrar los pliegues del mundo usando el arte y la imaginación. Para él, el mundo es todo lo que seamos capaces de soñar.
Sublime Dani! La búsqueda de la luz es algo que nos une a muchos de los que amamos viajar,» el momento luz», es un momento especial, que hace que te unas y conectes con lo que nuestra Tierra nos tiene guardado. Sirve para sentir 100% la magia y juego de colores que se pueden vislumbrar en el cielo, nos sirve para apreciar lo bella que es y para tener nuestro momento único. Momento para nosotros, por lo menos para mí, que aprovecho para pensar y reflexionar…
Qué ganas de poder ver esa luz extraterrestre, para mí todos aquellos que la habéis podido ver , sois unos afortunados, pues la Tierra os ha querido obsequiar con sus mejores galas. Galas con las que se viste en muy pocos lugares y en contadas ocasiones.
Mi más enhorabuena, por el artículo, pues has sabido trasladarnos hasta esos increíbles lugares con tus palabras, sin necesidad de ver las fotografías que eso ya es difícil, he tenido la sensación de estar leyendo y a la vez tener los ojos cerrados, menudas imágenes más espectaculares.
Un abrazo Dani
Hola Ire, muchísimas gracias por comentar y por hacerlo con tanta emoción. Sé que vosotros dos también sentís ese magnetismo por la luz… es, sin duda, lo que hace que el mundo cambie de formas y colores.
Estoy esperando ya vuestras fotos y vuestras impresiones de ese momento en que veáis a Aurora. Porque serán espectaculares.