Una larga caminata a Machu Picchu

  • por Pablo García

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Me siento agitado en una enorme piedra luego de una subida empinada que me deja sin aliento. Un cóndor solitario sobrevuela las montañas que me rodean volando en círculos sobre vaya a saber uno qué presa que ha encontrado. Me imagino su punto de vista desde un lugar tan privilegiado. Desde el cielo, el Valle Sagrado de los Incas se debe ver como un conjunto de retazos verdes, marrones, rojizos y amarillos superpuestos uno al lado de otro. Las parcelas de maíz, porotos, papas y quínoa que cubren las laderas de los cerros desde las alturas supongo que se deben ver como una gran sábana que cubre el paisaje. El río, mucho más abajo, marca el curso del camino que lo bordea y, hacia el este, los picos nevados de la Cordillera de los Andes ocupan la totalidad del paisaje. El cóndor sigue volando y yo intento recuperar energías para seguir mi caminata”.

Elegí llegar a Machu Picchu de la manera más tradicional, como lo hacían los mismísimos pobladores de esta tierra hace algunos siglos atrás: recorriendo el sendero que cruza el Valle Sagrado hasta la mágica ciudadela de los Incas. Fueron cuatro días de andar por un camino que recorre poco más de cuarenta kilómetros atravesando bosques, cerros empinados, ríos y praderas. En el trayecto hay algunos tesoros escondidos que hacen que todo el esfuerzo de la caminata valga la pena: viejas terrazas de cultivo, ruinas de antiguas fortalezas y antiquísimos poblados de casas de piedra todavía hoy habitados. Estoy seguro que arribar a Machu Picchu de otro modo no es lo mismo que soportar los cuatro largos días de subidas y bajadas entre cerros hasta asomarse desde lo alto a la ciudadela con la bruma del amanecer. La experiencia de la caminata es única.

camino del Inca desde arriba

El primer día de recorrido comenzó temprano. Alrededor de las cinco de la madrugada me levanté para improvisar un desayuno porque me pasarían a buscar junto con otros viajeros que paraban en el mismo hostel de Cuzco para iniciar la travesía. Conocí así a René, una chica de  Lima, Soo –una simpática coreana-, Emy de Estados Unidos, un par de ingleses, tres andinistas franceses, dos médicos holandeses y una pareja de españoles. Pasadas las siete de la mañana, llegó la camioneta que nos llevaría hasta el punto de partida de nuestra travesía. Fuimos a buscar algunas provisiones, recogimos a los porteadores –jóvenes locales que llevan el campamento y la comida de un punto a otro durante la caminata- y emprendimos viaje hasta Ollaytaytambo aunque nuestra caminata de verdad comenzó un poco más allá, en el kilómetro 88, en el pueblito de Qorihuayrachina. Allí se compran los permisos para ingresar al “camino” por lo cual, en plena mañana es un hervidero de gente dado que todos los grupos convergen en este punto.

Iniciamos nuestra marcha cruzando un bosque de eucaliptos y luego, por un puente, cruzamos el río Urubamba, que nos acompañaría, más cerca o más lejos, durante los próximos días. A los pocos kilómetros llegamos a las ruinas de Llactapata, con  una vista panorámica maravillosa del valle y enormes murallas que forman algo parecido a la corona del sol. Almorzamos cerquita del poblado de Cusichaca en un campito con una vista hermosa del cerro Verónica y sus glaciares. El almuerzo fue sencillo pero sabroso: un plato de arroz y un poco de atún con cebolla salteada, una banana de postre y un buen tazón de té de coca que nos ayudaría a la aclimatación.

A la tarde comenzó el camino en subida. Anduvimos unos 7 kilómetros hasta llegar al poblado de Huayllabamba, que es una aldea situada a unos 2550 m.s.n.m. Cruzamos el río Llollucha por un puente de troncos y una lluvia tenue nos acompañó hasta llegar al campamento, que ya estaba listo cuando llegamos. Ricardo, nuestro guía, nos dividió en las carpas de a dos. A mí me tocó con un inglés que no hablaba ni una palabra de español así que luego de la cena, a las siete de la tarde, yo ya estaba durmiendo.

montañas en el camino del Inca

En el segundo día, un gallo nos despertó cantando desde el amanecer. A las seis de la mañana desayunamos con un frío que nos calaba los huesos y el té caliente fue casi una bendición. Empezamos a caminar antes de la 7 y el día nos tenía preparados importantes ascensos. El recorrido en este tramo sube hasta superar los 4.200 m.s.n.m. con unas tres horas de subida por un camino escalonado que cruza bosques y bordea precipicios. Mis piernas no daban más del cansancio pero al llegar al paso de Warmiwañusqa, me di cuenta de que todo el esfuerzo había valido la pena. Cada paso que avanzaba parecía que me costaba más. Me faltaba el aire. Algunos compañeros se empezaron a descomponer porque no habían hecho una buena aclimatación y les dio “soroche’, el famoso mal de altura. Al llegar al punto más alto de nuestro ascenso, el Abra de Warmiwañusqa, la cima de algunos cerros nevados quedaron justo debajo nuestro. Por encima de nosotros, las nubes empezaron a cercarse cada vez más, y los cóndores, grandes compañeros en nuestra travesía, nos miraban desde lo alto.

Estoy seguro que arribar a Machu Picchu de otro modo no es lo mismo que soportar los cuatro largos días de subidas y bajadas entre cerros hasta asomarse desde lo alto a la ciudadela con la bruma del amanecer.

A partir de allí, el camino fue en descenso por varios kilómetros. Lo peor ya había pasado, aunque las bajadas eran bastante empinadas. Andábamos por enormes escalones de piedra hasta llegar a una cascada y un poco más abajo, nos esperaba nuestro campamento ya armado por los porteadores. Ya no caminamos más este día. Luego de almorzar tuvimos la tarde libre y cenamos bien temprano unos espaguetis deliciosos. La noche nos regaló un cielo estrellado hermoso en medio de los cerros. Todos nos fuimos a dormir intentando grabar en nuestra mente esa imagen tan clara de la vía láctea cruzando el cielo de una punta a otra con miles de estrellas.

panorámica desde el tren en el camino del Inca

En el tercer día, una llovizna constante pone al camino resbaladizo pero el paisaje se torna cada vez mejor. Orquídeas salvajes, vegetación espesa, cuevas en medio de la montaña, algunos túneles y muchos colibríes hacen de nuestra marcha matutina una experiencia única. Después de dos días de subidas y bajadas abruptas, el tercer día de caminata se disfruta. Caminamos varias horas por la selva, con un río cerca que le aportaba la melodía del agua a nuestro recorrido hasta que llegamos a un lugar mágico: la antigua fortaleza de Sayacmarca, con sus muros, canales y escaleras cubiertas por la selva y con una vista panorámica privilegiada del valle por estar a unos 3500 m.s.n.m.

Seguimos caminando pero al poco tiempo paramos para almorzar. El tramo que nos quedaba por recorrer a la tarde era realmente hermoso. El camino del Inca se abría paso primero por el bosque, luego se transformaba en un pequeño sendero que bordeaba un precipicio, luego cruzaba un pantano y luego vuelve a tomar altura mientras el río Urubamba vuelve a verse corriendo abajo, bien lejos. Llegamos al grupo arqueológico de Phuyupatamarca, rodeado de terrazas de cultivo aun en uso y con una serie de baños ceremoniales a los que todavía hoy les llega agua desde la vertiente de la montaña. A partir de estas ruinas el camino desciende zigzagueando por el valle hasta llegar a nuestro último campamento, muy cerca de las ruinas de Huinay Huayna.

El grupo tardó en reunirse esta vez en torno al fogón para la cena debido a que algunos se habían demorado en la caminata. Cenamos bien temprano porque al día siguiente nos teníamos que levantar de madrugada para transitar el último tramo de nuestra travesía.

curvas del camino del Inca

Nuestro cuarto día de caminata comenzó en plena noche, a las cuatro de la mañana. Nos despertaron con unas linternas, armamos nuestras mochilas y partimos en plena oscuridad.  Hacía mucho frío cuando comenzamos a andar alrededor de las cinco de la mañana. Tendríamos por delante dos horas de marcha en la oscuridad. Desde, el camino serpentea por el bosque. Somos muchos los madrugadores porque a medida que avanzamos noto que todos los grupos están en movimiento.

Parecíamos un ejército movilizándose en penumbras. No se veía nada a nuestro alrededor, una espesa neblina cubría todo y los rayos del sol todavía no asomaban. Luego de unos metros en donde el sendero se hacía bien estrecho y casi obligaba a caminar en fila, se alzaba ante nosotros una enorme escalera de piedra. Empecé a subir usando creo que mis últimas fuerzas, pero cuando llegué a la cima, una sonrisa se dibujó inmediatamente en mi rostro. A unos dos kilómetros de distancia, abajo, el sol ya iluminaba a la Ciudad Sagrada de Machu Picchu.

Pocos minutos habían pasado de las seis de la mañana cuando llegamos al Inti Punku. Fue un momento mágico, difícil de explicar con palabras. Desde el Inti Punku, Machu Picchu parece una pequeña maqueta montada sobre un bello escenario natural que poco a poco era iluminada por el sol. Empezamos a bajar hasta llegar al control de ingreso a la ciudadela donde tuvimos que dejar nuestras mochilas. Nos asomamos a ver Machu Picchu que ya se erguía un poco más adelante cuando un grupo de llamas, que estaba pastando llegó al lugar. Fue una foto obligada.

Pasamos el resto del día deambulando por el laberinto de ruinas del complejo arqueológico, entre restos de viviendas, talleres, santuarios y terrazas de cultivo. Por encima de nosotros se eleva el Wayna Picchu, una afloración rocosa enorme cubierta de follaje verde, que preside el escenario natural. Fue un día lleno de emociones que terminé echado en una de las antiguas terrazas de cultivo disfrutando del Valle Sagrado y su construcción más importante.

Camino del Inca Machu Picchu

Nota: Este relato recupera el diario de viaje que en agosto del año 2000 escribía en un cuaderno repleto de manchas en mi primer viaje largo por Latinoamérica. Sin dudas, este viaje fue un antes y un después en mi vida que a partir de este momento se transformó en viajera. Y llegar caminando a Machu Picchu tuvo mucho que ver con eso. Cuando al día siguiente volví a Cuzco, corrí al teléfono para llamar a mi casa y para contar a mi familia todo lo vivido en estos días. Eran tiempos donde el wifi y los Smartphones todavía no habían conquistado nuestros viajes. En los cuatro días de caminata saqué 36 fotos con mi cámara de rollo. Mi mamá me retó porque eran muchas e iba a ser muy caro revelarlas.

  • Pablo García polviajero.com

    Profesor y viajero o viajero y profesor, en el orden que mas les guste. Lo social y la historia son sus pasiones y los motivos de sus viajes constantes ya sean reales o virtuales. Fanático de la literatura fantástica y de los museos, de mercados lejanos y charlas eternas. Después de haber dedicado algunos años a explorar latitudes lejanas, hoy viaja nuevamente por latinoamérica, su primer amor. Escribe en polviajero.com y en decenas de pizarrones, pero esa es otra historia.

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