Nené y la caza del gran navío

Por Leandro Bauzá.

L

a mañana encuentra al Gran Santarém navegando las aguas del río Amazonas, de Manaos a Belem. El navío tiene todas las provisiones necesarias, pero aún faltan los alimentos frescos que están por llegar. En la siguiente curva ya se ven en la orilla pequeñas barcazas con uno o dos niños a bordo, que comienzan lo que será la cacería del día. Cada uno utilizará su propia técnica, pero el objetivo de todos es el mismo: cazar al gran navío para enganchar su barcaza y vender sus productos.

Nené se prepara para la caza del día con su arpón. Tiene que estar en el momento justo, en el lugar adecuado, y además tener mucha destreza. Lleva provisiones; muchísimas frutas y palmitos. Sabe que de los 10 compañeros que esperan como él, sólo unos pocos van a tener suerte en la empresa. Lamentablemente algunas chicas no llevan frutas, sino que llevan su cuerpo, para los tripulantes.

El gran Santarém navega produciendo olas en forma de V y las canoas encaran casi en forma perpendicular al navío. Cada uno tendrá una sola oportunidad para enganchar su arpón a las ruedas de caucho que tiene el Santarém a los costados. Si no lo logran, habrá que esperar varias horas, o quizás un día, para una próxima oportunidad. Y si logran hundir el hierro en las gomas, comenzará la gran aventura, porque se quedarán acoplados al gran barco, y tomarán inmediatamente la misma velocidad que el navío, por lo que el chico o la chica tendrá que sujetar muy fuerte su cuerda e ir tirando de ella hasta lograr acoplar su pequeña canoa en el gigantesco Santarém. Ya a lo lejos lo divisan y es algo mágico. Una función doble. Desde el Santarém la gente le tira ropa o donaciones en bolsitas de plástico al río.

Como si estuviera escrito en un manual, todas las pequeñas formaciones se ubican a distancias semejantes y se dirigen a una velocidad baja al gigante que llega con mucha celeridad. El primero tira el arpón, pero no llega. Tendrá otra oportunidad en unas horas quizás, cuando pase otro. El segundo tampoco tiene suerte. Un tercero también tira su arpón, y lo engancha, pero en su alegría se olvida de sujetar bien fuerte la cuerda y esta se le escurre entre las manos. Nené lanza su arpón contra las gomas del gran Santarém y logra enrollarse al barco y ser remolcado junto a su barcaza. Tiene que usar toda su fuerza para primero hacer como si estuviera haciendo esquí acuático (solo que para poder vivir), y, luego, tirar de la cuerda y lograr enganchar su barcaza al navío, como un parásito se encaja en un cuerpo mayor. Ahora que logró su cometido puede trepar al gran navío a vender las frutas y palmitos que la madre naturaleza le ofreció para poder seguir viviendo en el gran Amazonas. Nené subió y nos miramos cara a cara. En aquel instante conocí a mi héroe del día.

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