Sexto sentido

  • por Lucía Sánchez y Rubén Señor

S upongamos que hoy, es un día laboral cualquiera. Uno de esos que no recordarás por nada en especial, pero que tampoco es imprescindible olvidar. En definitiva, un día más. Te levantas al son del insistente despertador. Ducha rápida, desayuno rápido y al trabajo… lento, porque hoy también hay atasco. Te mueves sin pensar porque te conoces el camino de memoria, aunque no lo que hay en él. No hablas con nadie porque llegas tarde y total “¿para qué?”.

Te reúnes. Respondes mails. Comes sobre el teclado. Te vuelves a reunir. Sales del trabajo y, con suerte, te tomas algo con los compañeros. Mañana será otro día. O puede que el mismo. El mismo día en el que se cumplirán los cinco mandamientos: No olerás. No verás. No tocarás. No probarás. No oirás.

Y ahora, imaginemos que estás sumergido en un viaje largo. Ese que tanto has querido hacer siempre. Tres, dos, uno…

Pueblo arriba, montaña abajo. A flor de piel paseas tus sentidos mientras viajas. Aquellos, justo aquellos sentidos que tan olvidados, adormilados y oxidados mantienes sobre el cemento, florecen ferozmente a cielo abierto. Olores nunca vistos. Sabores jamás olidos. Intensos colores que acariciar. Fría piedra. Fina arena. Fresca hierba. Escenas que grabar al son del variado barullo de una abarrotada calle, del generoso caer de una cascada, del inesperado crujir de un glaciar.

No solo tocas, acaricias.

No solo ves, observas.

No solo oyes, escuchas.

No solo hueles, husmeas.

No solo saboreas, pruebas.

Te sientes poderoso sintiendo tanto. Notando tanto. Percibiendo tanto. Y es entonces, justo en el momento en el que crees que eres capaz de oír mariposas que antes ni veías, cuando te das cuenta de que sí, sí… hay algo más. Estás enfrentándote a descubrir el mundo con “un arma nueva”. Poderosa. Eficaz. Inesperada. Un arma que te permite llegar más lejos, más fácil, más adentro.

 

Llegar más lejos.

Si antes necesitabas dominar los mapas, ahora te atrae perderte un poco a ver qué encuentras. Has pasado de seguir las recomendaciones que escribió alguien en una guía después de visitar un sitio durante un par de días, a confiar en las del que lo conoce porque siempre ha vivido allí. Rincones secretos. Lugares favoritos. Esquinas que esconden una historia al otro lado.

 

Llegar más fácil.

Aunque siempre serás “el que viene de fuera” y tampoco pretendes hacerte pasar por lo contrario, intentas entender las costumbres que te rodean y hacerlas tuyas. Por respeto. Porque las cosas se hacen por algo. Por que es lo que te gustaría que hicieran en tu casa. Si llevar una camiseta de tirantes no está bien visto, no te la pones. Si se come con las manos, no pides cubiertos. Si hay que descalzarse, no te planteas no hacerlo.

No querer imponer tus costumbres donde ya hay otras, hace que la gente agradezca el esfuerzo. Que no se incomoden con tu presencia. Que sientan que lo que ellos tienen, te importa.

Llegar más adentro.

Sin saber muy bien cómo, no solo desconfías menos de los que te rodean, sino que también te fías más de los que te encuentras por el camino. Tienes algún tipo de detector para la buena gente y te dejas llevar ciegamente por él.

Donde antes ibas a tiro hecho por el mundo rehuyendo charlas efímeras que aparentemente no llevaban a ninguna parte, ahora eres tú el que provoca conversaciones que te acaban abriendo puertas invisibles. Has descubierto que hay caminos ocultos que hacen que conozcas un país por dentro. Atajos que pasan por el corazón de las personas y que te son revelados poco después de soltar un sencillo “¿cómo era antes la vida aquí?” o “¿qué comida me recomiendas que pruebe?”.

Y así, con esa nueva arma que has desarrollado con el tiempo, vas de destino en destino. Más lejos, más fácil, más adentro. Confiando en la gente y en el camino que te marcan tus pies. Desconfiando de los prejuicios, del miedo y las excusas. Intentando dejar como mínimo la mitad de lo que te llevas. Dejando un bonito recuerdo.

Y es que aunque para viajar por el mundo necesites los cinco sentidos, te gusta más lo que descubres cuando te dejas llevar por el sexto.

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