- por Sofía Scozzafava
asé tardes enteras sentada frente al mar, escuchando las olas ir y venir, sintiendo sus profundidades y transparencias. Mirar el mar, sentir el mar, oler el mar, tocar el mar, nadar el mar, abrazarlo con todos mis sentidos me hacía liviana. A mediodía, a medianoche iba a respirar mar. Cada vez que me llenaba de pensamientos se los depositaba y éste siempre me devolvía lo mismo, calma. Más calma. Más paz. ¿Para qué tanta paz? ¿Por qué me seducía tanto? Fuimos pareja un tiempo, lo que duró la relación, solo un tiempo. Me acompañó a estar sola, me cuidó, me mimó con sus paisajes, me secó las lágrimas…las fundió en él. El mar me enseñó a escucharme, me devolvió mis palabras, las que estaban escondidas detrás de mis pensamientos. Desanudó mis confusiones con magia, una magia – secreta y evidente- que aún hoy es misteriosa. Sus sonidos demostraban una sabiduría antigua, que estaba ahí, que estaba en mí. Rompían olas, se erosionaban rocas, bailaban mareas y yo era testigo de ese show, cada día y cada noche.
Antes de ser mi amor, el mar fue mi más temida pesadilla. Entraba en mis sueños, de noche, como tsunamis de miedo, para alcanzar aquellos abismos náuticos insospechados por mí, en el jardín de la conciencia marina. Era un mar que me dividía, me fragmentaba, me paralizaba, me ahogaba. El agua siempre me mataba, no me daba vida. Antes de ser mi pareja el mar estaba lleno de monstruos marinos…ajenos, lejanos, indecentes. Esos monstruos no eran míos, decía yo. Y salía victoriosa, creía, porque siempre los esquivaba.
El mar me enseñó a escucharme, me devolvió mis palabras, las que estaban escondidas detrás de mis pensamientos. Desanudó mis confusiones con magia, una magia – secreta y evidente- que aún hoy es misteriosa.
Un día de profunda penetración, el mar me desnudó e hicimos el amor. Lo sentí tan dentro mío, me sintió tan dentro suyo y danzamos. Nos transmutamos juntos. Me convertí en sirena. Nos miramos a los ojos, nos enfrentamos. Si de algo estábamos seguros es que nunca más escaparíamos del dolor, estábamos juntos para transmutarlo. Lo sabíamos. Y comprendí mis emociones, mis carencias, mis dones. Comprendí tanto de tan poco…No sabía nada, aunque lo sabía todo. Pero me supe querida por el mar. Bah, qué digo, amada. Y yo en cada una de sus formas profundamente lo amaba. Nos correspondíamos.
El mar me acompañó en un proceso de pura introspección, de conocimiento divino, espiritual, mental, físico, emocional. Me abrazó fuerte pero muy suave y me contó bellas historias para ir a dormir. Generó el ambiente perfecto para que me sintiera cómoda y me abriera a él. Le conté mucho sobre mí, a veces más de lo que hasta yo misma sabia. Y siempre lo recibió sin juzgar, incondicional, firme, iba y venía, y me devolvía calma. Más calma. Yo le contaba historias terribles, tristes, desgarradoras, y él siempre iba, se las llevaba y cuando volvía me devolvía paz. Más paz. Nunca me tuvo miedo ni se resistió a mi dolor, todo lo contrario, siempre lo recibió y me devolvió calma.
Me enamoré del mar, el tiempo que duró la relación – que no fue mucho- solo un tiempo. Y un día le canté, le canté una canción del alma, una canción del universo, una canción de sanación. Le pedí perdón por haberlo descuidado, por contaminarlo, por olvidarme de su valor…y me sentí mal, pero él comprendió.
Supimos regalarnos canciones, sonidos y formas para ser feliz. Y eso era todo, no había más secretos… el mar me hacía feliz. Alojaba vida, fluir, abundancia pura. Y luego llegó el día de la separación, aunque con tan profunda relación, en verdad la separación no era real. Habíamos logrado entrar y encontrar esa parte nuestra en una misma célula. La información estaba, siempre estuvo, pero esta vez recordamos. Y no nos dijimos adiós, porque convivimos simultáneamente el uno en el otro. Y es entonces que la metáfora del mar se hace presente. Mi souvenir.
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Sofía Scozzafava
Viajo desde muy chica, mi papá solía llevarnos a recorrer de Norte a Sur lo que con el auto pudiera alcanzar. Amante de la cocina y la diversión, profesora de yoga, estudiante de psicología. Viajar me transforma. Y como soy un poco romántica siempre acompañé mis viajes de escritos que sellen las impresiones que éstos me dejaban, con palabras.
Muy linda metáfora Sofía. Exquisita!
Son de esos textos que te llegan a lo más profundo sin saber porque. Ni lo quiero averiguar. Con disfrutar de estas línes me basta y sobra.
Te felicito. Me gustó mucho.
Abrazo
PILA
Gracias Pila! Que hermoso saber que llega algo de lo que quise transmitir lo poco que me permiten las palabras. Gracias a vos. Sofia
Bello, tierno. Graciasss
Sofía bella descripción que enternece el alma en un momento de tormentas y caos. ¿Es el mar la cuna de nuestro origen por ello buscamos llegar a ella? Vivo en el corazón de los Andes y mi alma siempre reclama su bello atardecer el ocaso que se lleva todo el sufrimiento todo el dolor.